Un libro no leído

Fotografía: David Flores

© Fernando G. Toledo


sta reclusión a un destino de adorno –y excusa para la biblioteca– es un consuelo que no he pedido.

Mi diseño angular, el azaroso maquillaje que me representa allá afuera, no son de mi dominio. En cambio, esta tinta quieta pero en ebullición clama por la luz de una lámpara o un haz de claridad filtrado por la ventana, para que los mecanismos del lenguaje se echen a andar como un corazón que bombea sangre por primera vez.

Pero el polvo salpica, puntilloso, el filo de las páginas, y de vez en cuando me inclino por mi propio peso, como un siervo que solicita piedad. De vez en cuando vuelvo a erguirme y mostrar el lomo destinado a un orden con el que sin embargo –volumen a volumen– voy desapareciendo.

Deberían saberlo: la mente que trazó las palabras que porto ahora, absurdamente, duerme en mi seno, a la espera de dar el zarpazo.

De todos modos sin ojos nada soy, más que un monje que ha extraviado su dios. Nada soy más que la luna de un planeta devastado.

Tengo todo por decir a pesar de que la raza humana prefiere la bruma, prefiere el ruido. Y se distrae con los días.


(inédito)

Comentarios

Entradas populares