ENSAYISTA



ENSAYOS SOBRE ATEÍSMO



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FUNCIÓN DE LA CRÍTICA

© Fernando G. Toledo

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Si vamos a hablar de las funciones de la crítica, aceptemos dejar explícito lo que parece resonar como un murmullo: la crítica no sirve para nada. Pero aceptémoslo. Y digámoslo no ya por lo bajo, sino a viva voz: la crítica no sirve para nada. Pero es que la crítica no debe servir, en el sentido utilitario del término. La crítica es la valoración estética de una obra. Debe tener análisis y juicios de valor fundamentados. Pero la crítica no debe dar consejos: no es prescriptiva como la medicina, no es condenatoria. Aunque juzga, no se parece a un tribunal, porque no tiene aunque quisiera el poder de un veredicto. Por eso, ¿qué es la crítica y, lo que nos atañe, cuál es su función?
A Jorge Luis Borges, que será mencionado más de una vez aquí, le gustaba llamar a algunos de sus ensayos críticos “inquisiciones”, palabra que dio título a dos de sus libros. El término, vale la pena aclararlo, está tristemente unido al espanto de los tribunales eclesiásticos que desde el siglo XIII castigaron en Europa los “delitos contra la fe”, como si realmente la fe no fuera el verdadero delito contra la razón. Pero inquirir significa, antes que asesinar a los que no piensan como uno quiere, “indagar o examinar cuidadosamente”. Es un punto de partida mejor para saber qué es la crítica y si tiene una función.


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ASESINOS POR NATURALEZA

© Fernando G. Toledo

“La característica (…), en especial de la TV, es el show periodístico (…). No hay, entre los hechos, una especie de focalización o de dimensionamiento de su importancia. Todos son trabajados o planteados con el mismo lenguaje, que apunta a los aspectos de mayor impacto emocional”.Ana Pampliega de Quiroga

Quizá no sea exagerado pensar a Asesinos por naturaleza como el Guernica fílmico de la masacre mediática contemporánea.
Dimensiones artísticas aparte, el film de Oliver Stone es, como el inmortal cuadro de Picasso, un retazo del caos de una guerra, en este caso periodística y cuyas principales e ignorantes víctimas son, sin dudas, los espectadores.
Asesinos por naturaleza excede por mucho la definición del propio director: “una especie de comedia de humor negro acerca de la locura de las autopistas, de los homicidas múltiples, del sistema de Justicia y de la prensa norteamericana”. Su relegada alusión a los medios resulta, en el marco del enfoque de este trabajo, insuficiente. El film de Stone es, sobre todo, una obra que habla del periodismo y su actual tendencia a servirse de figuras para sumar puntos de rating, cualquiera sea la razón ética del éxito de estas figuras “vedetarias” (según la terminología de Jean Cazeneuve).

Opulencia estética
Natural Born Killers, cuyo argumento original pertenece a Quentin Tarantino, resulta, de a ratos, difícil de abarcar. Estéticamente, es artificiosa y desbordada. Stone no tiene empacho en saturar la paleta de su cámara con cuanto recurso crea conveniente. Flashbacks, alocados movimientos de cámara, ralenti, montaje desarticulado, inserción de dibujos, cambios de tonalidades, sobreimpresiones. Todo es válido para soportar la ambiciosa narración de un par de novios criminales, Mickey (Woody Harrelson) y Mallory (Juliette Lewis), que van sembrando asesinatos por los Estados Unidos, mientras la sangre de su reguero es sorbida vampíricamente por la televisión para ser luego vomitada sobre un público, cautivo de la estampa seductora del dúo.
Desde el momento en que Mickey y Mallory (M&M) comienzan, casi por diversión, a sembrar cadáveres por los Estados Unidos, los medios hacen de ellos un par de personajes eminentemente mediáticos, y los espectadores mismos del film –nosotros– asistiremos a su historia desde dentro de la óptica de la TV, el medio que más se sirve de la explotación de la atractiva pareja.

Simbiosis mediática
Las razones de la fascinación que causan M&M resultan entendibles en la lógica del film de Stone, y si bien el director nunca expone los argumentos de ese éxito, resulta inmediatamente verosímil para nosotros, hombres del tercer milenio habituados a asistir a la entronización de todo ser que acumule provechosamente minutos en TV.
El estilo de narración furiosa y fragmentada que elige el director para Asesinos por naturalezaencaja, a propósito, con la calaña de asesinos que resultan M&M, envueltos en una locura muy acorde y simbiótica con el asedio mediático que padecen. Mientras Stone, desde un comienzo, apunta al aturdimiento con su estética de videoclip, sus dibujos animados (que actúan, como la música, para acompañar la historia, pero visualmente), sus virajes del blanco y negro al color, también propone otorgarle a la historia de amor de esta pareja un carácter televisivo. Por eso elige contar el inicio de su relación como una típica sitcom (“comedia de situaciones”) estadounidense. Con la inconfundible banda de sonido de risas pregrabadas, una escenografía a lo Tribu Brady y una fotografía que simula la de un televisor, Stone viaja a la génesis del amorío de M&M y muestra su primer gran crimen: el asesinato de los padres de Mallory.

La TV, ineludible
Mientras las fechorías del excéntrico dúo se multiplican, Stone vuelve otra vez hacia los medios, aludiendo, como lo hará infinidad de veces en el resto de su film, al abuso de espectáculo que practican los periodistas. American maniatics es el nombre del programa del sensacionalista periodista estrella Wayne Gale (Robert Downey Jr.), una emisión semanal en la que se repasan las “gestas” de los más célebres asesinos de la historia estadounidense (Charles Manson, Michael Whitman, Richard Ramírez…).
Gale es el centro de la sinécdoque que propone Asesinos por naturaleza (como lo era en La era del ñandú el locutor de La noticia ¡ya!) para representar a todos los medios. Será él el precursor de mediatizar a M&M y sus bestiales crímenes. Para ello, Stone, insistirá en su recurso de “TV dentro del cine”, y las imágenes del supuesto noticiero serán las propias imágenes del film, todo para contar las últimas novedades acerca del tour de la muerte en que está montada la pareja asesina.

Mundo voyeur
Stone da un paso más allá en su radiografía de los medios sensacionalistas y le otorga un cariz más espectacular al éxito catódico de M&M, cuando, luego de la emisión de American maniatics, los periodistas salen a la calle a realizar una encuesta y se encuentran con una ¿sorpresiva? glorificación de los asesinos. “¿Qué piensan de Mickey y Mallory?”, preguntan los entrevistadores. “Son geniales” responde la gente. Hasta que la cuestión va más allá, y un grupo de chicas (como si se hablara de un actor o un cantante melódico) muestran unas pancartas con un mensaje recurrente: “Mátame a mí, Mickey”.
La cuestión que desliza con esta escena el director no es casual ni una hipérbole más de la exuberancia de su film. La pulsión sexual que despiertan los ídolos populares, y a esta altura de la película M&M lo son, ha sido objeto de estudio de muchos especialistas. En El eros electrónico, Román Gubern recuerda que “si hace años Guy Debord calificó con pertinencia a nuestra sociedad como sociedad del espectáculo, la pulsión escópica colectiva hace que esta misma sociedad pueda contemplarse al mismo tiempo como una sociedad mirona, en la que ella misma, y en especial sus sujetos públicos, se ofrecen como sujetos de deseo y objetos de espectáculo a la mirada colectiva”.
Ese síntoma increíble de que dan cuenta las encuestas imaginadas por Stone en su film no causa alarma en los medios de comunicación. Wayne Gale, el periodista, razona de otra manera: “Si ellos aman a M&M, habrá que servírselos constantemente”. El suyo es, claro, un razonamiento extendido en la TV mundial y en la Argentina tenemos de ello ejemplos incesantes (ver, si no, el regodeo televisivo alrededor de la muerte del cantante cuartetero Rodrigo, que copó las pantallas durante tantas semanas).
La simbiosis establecida por Asesinos por naturaleza entre la televisión y los criminales tendrá en el film, todavía, más desarrollo. En cierto momento, Stone elige representar el acoso televisivo del modo más literal posible, insertando en diversos tramos una escenografía que se transforma en gigantesca pantalla que asiste a todos los movimientos de la dupla homicida. Otra vez –como en ¡Dispara! de Saura, por caso–, la televisión, omnipresente, se transmuta en el Gran Hermano de 1984 (George Orwell).

Si se filma, existe
Si bien el éxito de Mickey & Mallory está asegurado en todo sentido (son efectivos al matar y requeridos por la prensa), algo ocurre en su camino. En un parate de su impetuoso road movie, y luego de encontrarse en el desierto estadounidense con un par de indios –en una de las escenas más oníricas de la cinta–, Mallory es picada por una víbora. Mickey se ve obligado a asaltar una farmacia (el encargado, de paso, está mirando el programa de Wayne Gale cuando es apuntado por el arma del asesino) y allí la policía, encabezada por Jack Scagnetti (Tom Sizemore), un agente obsesionado por su captura, los toma prisioneros.
El fragmento, una vez más, es utilizado por Stone para denunciar los vicios periodísticos. El momento del asedio policial, por supuesto, es cubierto por los noticiarios, y los enfrentamientos entre Mickey y Scagnetti producen escenas insólitas. Por ejemplo, ante la dura resistencia a las amenazas vertidas sobre el criminal, Stone subraya el comentario de una periodista que cubre el hecho: “Mickey es muy viril”, es la frívola conclusión de la locutora. Luego, el director muestra un síndrome común de esta era: la iconocracia. Cuando los policías capturan a Mickey, comienzan a golpearlo y patearlo. Scagnetti, en lugar de detener el abuso policial, prefiere ordenar: “Nada de fotos”. Y es que, en la lógica de estos tiempos, lo que no se ve, no existe; lo que no se muestra, no ha sucedido (Gubern dixit).

La prensa como escudo
Desde el momento del fin de los crímenes, comienza un nuevo rumbo en Asesinos por naturaleza, que permitirá a Oliver Stone consumar su alegoría mediática con mayor fuerza, completar su Guernica con mayor violencia.
Como los convictos han continuado su sangriento pasatiempo en la cárcel, Jack Scagnetti y McKlusky (Tommy Lee Jones), el director de la cárcel, han imaginado el modo de acabar con estos rufianes. La necesidad de su aniquilamiento, nos dice Stone, quizá tenga que ver con algo que el propio McKlusky enuncia: “Estos dos infelices son un recuerdo andante de lo podrido que está el sistema”.
El plan para matar a M&M incluye una lobotomía y un asesinato disfrazado de accidente. Pero es en esta instancia cuando Stone vuelve a poner en escena a Wayne Gale, el periodista inescrupuloso de American maniatics. Antes de eso, Gale quiere hacer una nota y televisarla. McKlusky ha autorizado al periodista a realizar un reportaje televisado a Mickey. La estrategia es que, al quedar bien con la prensa, ésta no indagará demasiado en los crueles procedimientos que ejecuta en la prisión el director para tratar a los presidiarios.
Pero en el primer acercamiento a Mickey (que se encuentra mejor anímicamente que la enloquecida Mallory), Wayne descubre el plan de McKlusky. Por supuesto que la cuestión no le interesará por su ilegalidad. El periodista deja en claro su preocupación: “Lo que te han hecho [le cuenta a Mickey] es inconstitucional. Serán ustedes asesinos, pero ¿locos? Hoy quieren borrar tu mente porque les pareces peligroso. Mañana querrán borrar mi mente o cancelar mi contrato. Porque lo que digo es peligroso. ¿Dónde termina esto?”.

Homo videns
La entrevista, por supuesto, se concreta. La televisión es implacable si se propone como objetivo hacer de una noticia un show, y por eso la elección de Wayne es emitir la nota, en vivo y en directo, en cadena nacional, y apenas finaliza la transmisión de la final del Súper Tazón de fútbol americano.
En el diálogo con Gale, Mickey demuestra no haber perdido un ápice de su carisma. Desarrolla teorías predatorias y extremistas, a las que el periodista adhiere descontroladamente, y de a poco va produciendo una excitación general entre los presos que siguen por televisión el programa. En una de las declaraciones del asesino, Oliver Stone aprovecha para desplegar una de las tesis propuestas por su film. Mickey le confiesa a Wayne Gale: “Para mí, tú ni siquiera eres un mono. Eres un periodista. La prensa es como el clima. Un clima hecho por el hombre. ¿El asesinato? Es puro. Ustedes lo hicieron impuro con la violencia, vendiendo miedo”.
Finalmente, la dialéctica de Mickey despertará a los presos y se desatará un motín. El personaje de Harrelson aprovechará la confusión y tomará de rehén al periodista para poder rescatar a Mallory, salir de la cárcel y huir. La simbiosis “asesinos-televisión” vuelve a funcionar y Gale transmite en directo los disturbios, las muertes, el reencuentro de la pareja, el pandemónium. El hecho de que la cárcel sea un hervidero de muerte no parece preocuparle tanto al director de la cárcel como la presencia de las cámaras. Una escena irónica lo deja en claro. Un carcelero llega a la oficina del director y le informa de la situación: “Mickey y Mallory están libres. Scagnetti está muerto. Y nosotros estamos en vivo en TV”. Ante eso, McKlusky se horroriza y exclama: “¡¿En vivo en TV?!”.

La prensa como escudo (2)
Identificado con los sujetos de su nota hasta el paroxismo, Gale filma frenéticamente la huida de la pareja de la cárcel. En ese momento de la película, periodista y “noticia” vuelven a ser interdependientes. Como rehén y testigo del caso, Gale se mueve en un terreno inédito: registra la noticia y es parte de ella (algo no muy alejado sucedía en En una noche de claro de luna). El comunicador y los asesinos (que lo usan de escudo) se necesitan mutuamente y en un momento de la huida, el propio Wayne Gale examina la cuestión: “Soy visto por millones de personas. Soy un periodista respetado (…). Transmitimos en vivo. Si alguien fastidia nuestra huida, yo mismo me encargaré de liquidar al director McKlusky. Presentaré informe tras informe para exponer la crueldad y las condiciones que existen aquí”.

El uno para el otro
En ese punto, la parábola narrada por Oliver Stone estará casi completa. Abrumadoramente, el director de La radio ataca [analizada en este trabajo] busca abarcar (como con su narración, los estilos cinematográficos) toda la problemática del descarnado “periodismo-espectáculo” de la posmodernidad. No en vano, la escena final es por demás esclarecedora. Libres de la cárcel, y acompañados por el periodista, M&M deciden acabar con el personaje que los ha llevado a la fama. Al vislumbrar su muerte, Wayne Gale da un manotazo de ahogado que establece la postura definitiva de su modus operandi, y el del sensacionalismo todo: “¡El día que mataron empezaron a pertenecer a nosotros! ¡Al público! ¡A los medios! Estamos casados, ¿verdad? La cuestión es ¿qué hacemos ahora? Hagamos algo al estilo Salman Rushdie. Sólo libros, programas de TV. Nos ocultamos y luego aparecemos. Eludimos al público, nos presentamos con Oprah y Donahue. ¿Tienen idea del éxito que tendríamos?”.
La pulsión periodística por seguir exprimiendo como sea al público y a los personajes noticiables está en esa escena denunciado íntegramente. Los temas puestos sobre el tapete son demasiados, y por si fuera poco, Mickey observa algo más: “Entre nosotros no hay nada, Wayne. Todo lo hiciste por el rating. Nadie te importa un carajo excepto tú mismo (…). Matarte a ti… es una afirmación. No sé cuál es el mensaje, pero, ya sabes: Frankenstein mató al doctor Frankenstein”.
La idea de una “producción monstruosa” de las noticias queda flotando cuando, al final, Stone sacrifica la altura artística de su película para darle solidez concreta a su anuncio, incluyendo en los títulos finales imágenes reales que se equiparan con las prácticas periodísticas aludidas en toda la cinta.

La muerte es protagonista
¿Puede la actual tendencia vampírica de la prensa llegar a los niveles imaginados por Stone enAsesinos por naturaleza? A juzgar por lo que la TV ha ofrecido hasta el momento, es más difícil pensar en la existencia de personajes como Mickey y Mallory que en la actitud que tomaría la prensa ante ellos. O, para decirlo más claramente: si aparecieran asesinos con el carisma de M&M, no hay dudas de que el periodismo sensacionalista moderno actuaría tal como lo hace enNatural Born Killers.
Es evidente que, hoy por hoy, hablar de ética periodística es como pensar en una excursión a la Atlántida. Cebados por la facilidad implacable del éxito efectista, los medios, cada vez en mayor aumento, dedican más y más espacio a las noticias sensacionalistas. Y cuando éstas escasean, son capaces de transformar cualquier hecho o personaje en objeto de un tratamiento “amarillo”. Lo que inquieta a Stone al punto de hacerlo objeto de uno de sus films más ambiciosos, es lo mismo que preocupa a expertos en todo el mundo. Hace poco, el catedrático de la Universidad de Málaga José Luis Ripollez advertía desde un periódico: “En los últimos tiempos se aprecia una evolución significativa en el modo de tratar estos delitos por los medios de comunicación. La descripción de hechos delictivos, antes confinada en las tradicionales secciones de sucesos, se ha trasladado a lugares o momentos más dignos, en donde se les presta una atención mayor y más extensa”.
La cuestión ha derivado en prácticas inusuales y tan alejadas del objetivo de un periodista como la decisión de Wayne Gale de ayudar a Mickey y Mallory a escapar de la cárcel. Uno de los ejemplos más patéticos de esta degradación sensacionalista de la prensa fue protagonizada por el canal Crónica TV. En junio de 2000, un grupo de delincuentes tomó de rehén a un individuo en una estación de servicio. Los medios acudieron de inmediato y fueron testigos del hecho casi desde el comienzo. En el instante más álgido del suceso (que, por suerte, terminó sin víctimas), uno de los malvivientes amenazó que si “en 10 minutos” no se le otorgaban lo que pedía para escapar, iba a acabar con el rehén. En ese instante, Crónica reaccionó con una decisión inaudita: colocó sobre las imágenes en vivo un cronómetro en cuenta regresiva, para contar los minutos de vida que le quedaban a la víctima.

Ética vs. negocio
Ante ejemplos como los del canal argentino o, por supuesto, los mostrados genialmente por Stone en Asesinos por naturaleza, las esperanzas de vislumbrar una postura más responsable por parte de los medios parecen diluirse día a día. Quizá por eso el filósofo Gilles Lipovetsky, quien en su libro El crepúsculo del deber anuncia cierto despertar ético en el mundo contemporáneo, no es optimista respecto de la labor de los medios: “Si bien es legítimo interrogarse sobre los justos límites de la libertad de prensa, no por eso hay que perder de vista los límites de las esperanzas que sostienen las nuevas invocaciones éticas. La prensa moderna, en efecto, no está sólo dirigida por un ideal de objetividad y transparencia, obedece, desde sus orígenes, a una lógica comercial y competitiva. Siendo el objetivo vender la información al mayor número, los media privilegian muy naturalmente los ‘grandes titulares’, los efectos de shock, lo nunca visto, la puesta en escena emocional. ¿Quién puede imaginar que esa lógica mercantil pueda ser detenida por nobles declaraciones? ¿Puede creerse por un solo momento que declaraciones de principios y otros magisterios éticos detendrán la carrera de la exclusiva, del espectáculo, de lo emocional, de la simplificación, de la aceleración del ritmo de las noticias? Continuará, business obliga”.
La masacre mediática está en pie. Mientras tanto, sólo resta que los artistas (Picasso, Stone) expresen, como nosotros, su desolación •

Fragmento de Los medios de comunicación vistos por el cine (2001).
Inédito

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