La llamada de todas las tardes
La alarma que mi cerebro registró decía que tenía que llamar por teléfono, como cada tarde, a mi madre. La señal estaba programada por la costumbre, por esa necesidad de cercanía que los seres amados emiten como un centro de gravedad. a S. V. (1951-2025) por Fernando G. Toledo l pensamiento apareció como una alarma. No una alarma de las que suenan a toda campana en los relojes viejos, esos que hacían temblar la mesa de luz. No una alarma como esas ululantes, desesperantes, hartantes y sobrantes de los autos a los que los mueve una brisa y gritan, pero son capaces de terminar sin el estéreo adentro. No, apareció como una alarma sin ruido, casi como una vibración del teléfono que hemos puesto en modo callado. Eso fue: como una alarma que gritaba en silencio, desde el silencio. Apareció en medio de la alegre distracción de los días y, como siempre, yo tenía que hacer otra cosa, seguramente una cosa sin importancia: poner el agua a hervir, terminar antes una tarea que podía terminar media ...