Cuenta progresiva a los cincuenta
«Soy un suceso recién nacido»
Joaquín O. Giannuzzi
© Fernando G. Toledo
Un cuerpo que resiste todavía, y ya cincuenta años.
Dos siglos, un pie en cada uno, durante cincuenta años.
Tres materialidades para ser en este mundo y en estos cincuenta años.
Cuatro hijos, cuatro brotes para estar más vivo a los cincuenta años.
Cinco libros de poesía, y contando: demasiados para cincuenta años.
Seis casas diferentes sin ganarle a la intemperie de cincuenta años.
Siete países, siete banderas, siete suelos y cielos conocidos en cincuenta años.
Ocho canciones, apenas, que aprendí a tocar al piano en cincuenta años.
Nueve años, cuando lloré por primera vez por nostalgia, algo usual a los cincuenta años.
Diez años desde que no hay modo de sentirse joven, imaginen a los cincuenta años.
Once apellidos de memoria: el Boca del 98 no puede olvidarlo un hombre de cincuenta años.
Doce, la edad de tantas cosas hechas por primera vez, sobre todo a los cincuenta años.
Trece, la edad en que el amor llegó para siempre, para querer diez veces cincuenta años.
Catorce, sinónimo de perfección para un poeta que aún escribe sonetos a sus cincuenta años.
Quince, la temperatura mínima admitida por un viejo de cincuenta años.
Dieciséis, la edad en que me sentí viejo por primera vez, más que a los cincuenta años.
Diecisiete años, tal vez muy pocos para elegir una carrera, según veo a los cincuenta años.
Dieciocho, límite absurdo para quemar una adolescencia que parece tan fugaz a los cincuenta años.
Diecinueve, la edad para el sacrificio de una juventud que a veces añoro a los cincuenta años.
Veinte añitos, sin embargo, la edad perfecta para ser padre (dicho con convicción a los cincuenta años).
Veintiún años desde que quedé medio huérfano, y aún en duelo a los cincuenta años.
Veintidós, el número preferido, si es que existe tal cosa, dudo a los cincuenta años.
Veintitrés: primera siembra de canas, que sigue dando cosecha a los cincuenta años.
Veinticuatro, la edad de la insolencia, del Hotel Alejamiento que no desdeño a los cincuenta años.
Veinticinco, las horas que debería tener el día, creo hoy, a mis cincuenta años.
Veintiséis: la edad ideal para llegar al 2000; cosa que pasó ayer para un hombre de cincuenta años.
Veintisiete, el club al que nunca quise pertenecer. Mejor seguir contando tras cincuenta años.
Veintiocho discos con las sinfonías de Mahler: tesoro perfecto para un melómano de cincuenta años.
Veintinueve, el verso del Poema conjetural que me nombra a mis cincuenta años.
Treinta canciones del Álbum blanco que les parecen perfectas a mis cincuenta años.
Treinta y un años desde que soy periodista: se sobrelleva con cinismo a los cincuenta años.
Treinta y dos años de la primera vez. Todavía no pienso en la última a mis cincuenta años.
«Treinta y tres» le tengo que decir al médico, cada vez más seguido desde los cincuenta años.
Treinta y cuatro poemas tiene el libro que tal vez publique a los cincuenta años.
Treinta y cinco vuelos en avión: ni pocos ni muchos para alguien de cincuenta años.
Treinta y seis, la edad que quisiera tener por siempre, ahora, con cincuenta años.
Treinta y siete o treinta y ocho, también me los permito si ya cumplí cincuenta años.
Treinta y nueve, los capítulos de mi primera novela, que parece la penúltima a los cincuenta años.
Cuarenta las que me han cantado tantas veces que ya perdí la cuenta a mis cincuenta años.
Cuarenta y un grados la fiebre que me dio pesadillas que todavía no olvido a los cincuenta años.
Cuarenta y dos el calzado de las botas con las que me apoyo en este suelo, aún, a los cincuenta años.
Cuarenta y tres es un curioso número primo: datos inútiles que me empeño en saber a los cincuenta años.
Cuarenta y cuatro años los que pude vivir sin el dolor que ahora arrastro a los cincuenta años.
Cuarenta y cinco, el calibre del Colt con el que maté a los malos en la niñez que me trajo hasta los cincuenta años.
Opus cuarenta y seis es el cuarteto de Schubert que prefiero a los cincuenta años.
Cuarenta y siete el capítulo de Rayuela con la frase «y entonces empezaba un tiempo que era un terreno baldío», que me parece propia para los cincuenta años.
Cuarenta y ocho es una edad para que todos bromeen sobre lo poco que falta para los cincuenta años.
¿Cuarenta y nueve años? Tan sólo el abismo de los cincuenta años.
Medio siglo, al fin, para la certeza de que hay menos futuro que pasado cuando uno tiene ya cincuenta años.
Felices primeros 50 Fernando! Gran poema tu palabra celebrante. Salute y más bendiciones para tus días y tu obra. Alfredo Lemon desde Córdoba
ResponderEliminarFeliz cumpleaños querido Fernando!!!
ResponderEliminarGracias por brindarme siempre el placer del asombro!!!
¡Gracias por sus reconfortantes comentarios! A un viejo de 50 le vienen siempre bien.
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