Salvador Dali: la persistencia del genio




A 35 años de la su muerte. Fue un genio sin par, polémico y famoso, que volcó su maestría en casi todas las artes

por Fernando G. Toledo


Salvador Dalí Domènech había nacido en Figueras (Gerona, España), el 11 de mayo de 1904 y cuando murió, hace 35 años en esa misma ciudad, el 23 de enero de 1989, era el pintor más popular del mundo occidental. Dalí, el surrealismo con bigotes, el paradigma del artista bohemio y disparatado, el eterno amante de Gala, el irreverente y obsceno, el genial, el polémico y el venerado, legaba entonces una obra soberbia que a pesar de las discusiones a veces forzadas acerca de su real importancia- representa de manera fiel las convulsiones estéticas que acunó este siglo ya expirante. 

El crítico Conroy Maddox ha escrito: «No es exagerado decir que su influencia ha sido tan profunda como la de Picasso, su famoso compatriota (...). Es cierto que las imágenes creadas por Dalí entre 1929 y 1939, que causan el efecto de súbitas revelaciones, no tienen paralelo en el arte contemporáneo; de ahí que resulte tan difícil juzgar su valor estético».

Ciertamente, aún sigue en pie la controversia acerca de la validez del pintor como artista. Algo que suena extraño a los que menos avisados, han sido encantados por la potencia visual que desde cualquier cuadro de este pintor emana. Dalí, como se ha dicho, es para muchos la encamación del surrealismo, la ventana a través de la cual tantos se asomaron para entrever los postulados del movimiento. Sin embargo, André Breton, el padre de esta escuela, no decretó lo mismo. Tras haber sido desde niño una persona de comportamientos algo extraños, de haber pasado por la Escuela de Bellas Artes de Madrid (donde conoció a García Lorca, Buñuel y Alberti) y dar pruebas fehacientes tanto de su talento como de su extravagancia, el artista entró en contacto ―por medio de Joan Miró― con los principales animadores del surrealismo en 1929, tras partir a Francia a sabiendas de que allí hervía el arte y, por tanto, debía arrimar su propia llama 

Conoce entonces a Breton, a Paul Éluard y a la esposa de éste, una mujer carismática y sensual nacida en Rusia y con un nombre inolvidable: Gala. Al entrar en la órbita de las ideas surrealistas, el genio de Dalí simplemente estalla. Influido igual que los demás por Freud, y seguro como el grupo francés de que el arte debe librarse de las mordazas de la razón, desarrolla y pone en práctica una teoría básica para el surrealismo: el método paranoico-crítico, que según el poeta y ensayista argentino Aldo Pellegrini, «consiste esencialmente en una organización racional e interpretativa de las asociaciones delirantes». 



Desde ese instante y durante diez años Dalí filma dos películas (El perro andaluz y la escandalosa La edad de oro, ambas junto a Luis Buñuel), escribe poemas, ensayos y pinta la mayoría de sus cuadros fundamentales, a la vez que su nombre comienza a trascender las esferas intelectuales. Entre las obras de ese período se cuentan: El juego lúgubre (1929), El enigma del deseo (1929), El gran masturbador (1929), La fuente (1930), La persistencia de la memoria (1931), Cráneo con su apéndice lírico (1934), Fantasma de Vermeer van de Delft (1934), Alrededores de la ciudad paranoico-crítica (1936), Canibalismo otoñal (1936-37), El sueño (1937) o Aparición de un rostro y un frutero en la playa (1938). Sin embargo, a la hora en que el movimiento creado por Breton toma aristas más políticas ―sumándose a la causa comunista― y se avecina la Segunda Guerra Mundial, Dalí entra en colisión con sus integrantes. 

Primero coquetea con Franco o se burla de Lenin; luego sugiere afinidades con el fascismo y, finalmente, se siente atraído por la figura de Hitler. Para el pintor, lo suyo no era más que una obsesión «meramente paranoica y apolítica». La ruptura llegaría más tarde y llevaría por emblema el anagrama que escribió Breton: «Avida Dollars». 

Las cosas habían cambiado. Sin dejar de gritar a los cuatro vientos que él era la encamación del surrealismo, Dalí partió a Estados Unidos y descubrió un poder tangible en sus ya clásicas conductas ridículas, en sus vestimentas anacrónicas y payasescas, en sus bigotes estilizados, en su fiel y silente esposa y en sus declaraciones explosivas e incoherentes. Ese poder era el publicitario. Su imagen y hasta su plástica comenzaba a ser digerida por los estadounidenses y por el resto del mundo, y Dalí se convirtió en un personaje popular, tan farandulesco como el actor de cine más taquillero. 

En los 50, el periodista estadounidense Wintrhop Sargean se sorprende de la notable popularización del arte surrealista y escribe: «El principal responsable de este éxito es Salvador Dalí. Dalí, sin embargo, no es surrealista cuando pinta: él ha representado el papel surrealista en la vida real hasta un punto tal que a veces su actuación se confunde con la de una locura real (..). Hoy es el loco público N° 1 de Norteamérica (...). Sus bufonadas ocuparon la primera página de los diarios desde bace una década y lo convirtieron, para millones de personas que jamás se habían acercado a una galería de arte, en una celebridad. Su talento supremo es el de un genio de la publicidad y el producto que publicita es Salvador Dalí». 

El gran masturbador.


Cuando se aleja del surrealismo, el artista se vuelca hacia una pintura más cercana a lo académico, sin perder su veta «onírico-realista» (valga el término) y pinta cuadros magníficos que lo acercan al estilo al que terminaría adhiriendo fervientemente: Leda atómica (1949, a partir del espanto que le provocó el bombardeo a Hiroshima), La Madonna de Port Lligat (1950, obsequiada al papa y que, como la anterior, tiene a Gala como figura central), Cristo de San Juan de la Cruz (1951), La última cena (1955). Sigue escribiendo y publicando, esculpiendo, inventando joyas y objetos exóticos. Sigue incursionando en el cine (en 1945 pinta decorados para Spellbound de Hitchcock y en 1950 para El padre de la novia, de Minnelli). Sigue exponiendo y vendiendo a los mejores precios. Sigue pensando como siempre ― los surrealistas lo llamaban «la máquina de pensar»― . Y, como siempre, seduce al mundo con sus desplantes y megalomanía. 

Pero en 1982, cuando es nombrado marqués de Púbol, muere Gala y su salud se resiente. Comienza una verdadera agonía y pinta su último cuadro en 1983. Tres años más tarde se incendia su dormitorio, queda postrado y en 1989 muere en Figueras, luego de 84 años de tratar de «ser inmortal». 

Hoy, una tres décadas y media después, Dalí sigue siendo fuente de controversias, casi siempre respecto de su genuinidad como surrealista. Aldo Pelegrini escribió en los 60: «Supo reemplazar la agresividad revolucionaria del surrealismo por la simple bufonada, con lo que logró la aprobación de los snobs (...). Para el surrealismo constituyó un error baber cobijado y exaltado una actitud epidérmica y un tipo de bumorada intrascendente». 
Leda atómica.


Sin embargo, el crítico español Agustín Sánchez Vidal considera su descalificante exhibicionismo como «una máscara asumida con más distanciamiento y valor del que suele creerse, y en gran medida trágica». Pero, más allá de esa careta está el artista, y entonces, si Picasso (para poner un ejemplo que siempre le escoció) puede ser considerado un gran creador de formas plásticas, pero no mucho más, Dalí es sobre todo un pensador. 

Como pintor, él se consideraba mediocre porque entendía que su pintura no era más que «una parcela de su cosmogonía». La pintura de Dalí, sin embargo, es tan fundamental para el siglo XX como las máscaras que el español se ponía para protegerse de las irradiaciones de la realidad. Y, si su prodigiosa técnica ya es capaz de ubicarlo junto a los grandes maestros de todos los tiempos, su estética, así confusa, es innegable por su fuerza, por su chisporroteo creativo, por su perturbadora emotividad. 

Esos paisajes tan bien aprendidos de De Chirico, llenos de cosas blandas que pueden ocultar siempre un misterio, esas telas en las que flotan estetizadas, las reinventadas iconografías de la religión de modo que sirven para nutrir a la imagen pueden servir, de seguro, como escenografía ideal para este tercer milenio. Nunca se sabrá si hoy se recuerda a Dalí tan sólo por su personaje. Dentro de unos años, tal vez, la polémica se atenúe y sólo se hable de Dalí, el genio persistente.


Versión de un artículo publicado en El Altillo, diario Uno. Mendoza, domingo 24 de enero de 1999 (Pp 4 y 5, nota de portada)

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