Roald Dahl y esos raros indignados nuevos
Roald Dahl. |
Los que todo el día vigilan y castigan con la vara de la corrección política ahora (por fin) parecen reaccionar.
© Fernando G. Toledo
ebo sincerarme: estoy sorprendido. De seguro habrán oído o leído el alboroto que provocó en estos días la decisión comunicada por Puffin Books, editorial que tiene los derechos de los libros de Roald Dahl (1916-1990), para limar de las obras del autor de Matilda o Charlie y la fábrica de chocolates algunas bromas de «mal gusto», expresiones soeces, giros machistas o alusiones al físico de sus personajes. Fueron los propios herederos del escritor inglés —gente que vive muy campante gracias a las obras que su padre escribió con esfuerzo y talento— los que impulsaron esos cambios, dicen, luego de hacer leer sus obras a lectores «sensibles» que se sintieron «ofendidos» por estas expresiones.
Dahl es un autor notable, sobre todo dentro de la literatura infantil, y justamente no por ofrecer textos edulcorados ni por poner al lector entre algodones: sus textos emanan también oscuridad, exploran la maldad humana, ponen al lector en contacto con la violencia y el destrato. Hacen, en suma, una estética de la realidad circundante. Todo eso que sus herederos han decidido vigilar y castigar, como si de un delito se tratase y ellos fuesen los jueces autorizados.
Y aquí es donde viene la sorpresa que confesaba al inicio de este texto: al revés de lo que viene pasando, en contra de la corriente que nos arrastra hoy en día, a despecho incluso de ministerios, secretarías y gabinetes académicos en las universidades (expertos a día de hoy en las prácticas que a tono con los tiempos propulsaron los vividores de Dahl), la reacción fue contraria a la censura vigilante.
Así fue que la editorial Alfaguara —responsable de los derechos de las obras de Dahl en español—, algunos columnistas y hasta medios que navegan orondos por las aguas pútridas, aunque inodoras, de la corrección política, han protestado por la decisión. Tal vez a ellos los mueve cierto mito de la cultura, que sacraliza a autores y obras como si fueran objetos angélicos: «¡cómo osan macular el arte!», dirán. O tal vez, simplemente, la cuestión planteada con la censura a Dahl fuera tan burda y obscena que no podía taparse con el dedo escuálido de «lo que no hiere sensibilidades», como si los escritores (los buenos escritores, no los demagogos que hoy juegan de tales y lo hacen) tuvieran que sólo preocuparse por no ofender, no perturbar, no dar oportunidad de discutir y debatir, disentir y estudiar el contexto histórico.
La sorpresa, entonces, tiene que ver con eso: con que los que se oponen son algunos de los mismos medios y autores que toman los recaudos de decir «lectores y lectoras». Se oponen los que tachonan sus mensajitos con «x» y «e». Los que comparten memes «inclusivos». Los que se espantan selectivamente de hechos violentos según el sexo (o el género) de la víctima. Se muestran indignados, ahora, los que castigan y vigilan a autores disidentes que tal vez no fueron a tal marcha verde, que no pusieron tal listón violeta en su foto de perfil, que no se pusieron del lado de Ucrania, que no apoyaron al mismo partido, que no hacen tal cursito biempensante.
Sepan ellos, los que todo el día vigilan y castigan con la vara de la corrección política, que lo que hicieron los herederos de Dahl en su afán por no perturbar y lo que propuso Puffin Books, aunque ahora dé marcha atrás, es lo que ellos mismos propugnaban hasta que, con el simple ejemplo de la vulneración de lo que un escritor quiso decir, se dieron cuenta de que se les estaba yendo la mano.
El siempre sagaz escritor y periodista español Juan Soto Ivars ha preferido pensar, ante el caso de Roald Dahl, que en el vaivén ideológico ha llegado la hora del hartazgo. «El péndulo ya está recorriendo su trayectoria para alejarse de la hipocondría cultural. El repudio del mundo de la cultura frente a la invasión mojigata y mercadotécnica de las novelas Dahl ha sido tajante y clamoroso», asegura.
Espero sea él quien tenga la razón y no yo, porque en mi caso no soy tan optimista: cuando la estupidez neopuritana está tan extendida, no es tan fácil que retroceda.
Publicado en diario Los Andes el 26 de febrero de 2023
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