Contra el lenguaje «inclusivo», seamos antipáticos: el español no excluye
En el uso de esta jerga radica un problema de base, que es el de suponer que se invisibiliza a géneros o colectivos, justo con una lengua que es la segunda más hablada del mundo y capaz de unir continentes
por Fernando G. Toledo
ué duda cabe: en el tema del uso del lenguaje (supuestamente) inclusivo hay mucho más que el ruido ininteligible de esos adjetivos ridículos y los palimpsestos plagados de equis y arrobas. Habrá que ser antipáticos con esto, pero es en la base del lenguaje «inclusivo» donde radica la falsedad. Porque la lengua española no excluye, los que inventan la exclusión son los que lo hacen.
Ahondemos en la antipatía: el uso del lenguaje inclusivo es un caso en el que la ignorancia asume cierta cuota de influencia. Hay movimientos —bastante desfasados en cuanto a sus objetivos— que tratan de justificarse, para tener supervivencia y monetizarse, y toman presas fáciles entre los incautos.
Existen pocas lenguas tan realmente inclusivas como el español, el segundo idioma más hablado del mundo y que es capaz de unir continentes. Esta lengua permite que una persona viaje desde España y desembarque en Uruguay, atraviese fronteras —país tras país hacia el Norte— y pueda ser entendida hasta llegar al otro punto del mapa.
Esta lengua, la española, fluye y se transforma naturalmente, no por imposiciones intencionadas.
Esta lengua hermosa no necesita de ninguna deformación interesada para ser realmente inclusiva, y nadie en su sano juicio entiende que se excluye a ningún género o sexo con el uso del masculino no marcado propio del español.
Y digamos la última antipatía: todo esto, la verdad, lo entiende el grueso de los hablantes. Sólo las presas fáciles, junto con departamentos universitarios o secretarías estatales que intentan justificar algún presupuesto, son los que lo militan.
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