Mario Mátar: a la altura de los genios
A cuatro años de la muerte del gran guitarrista
El gran guitarrista, que falleció el jueves (28 de diciembre de 2017), fue sin dudas uno de los mayores músicos nacidos en nuestra provincia.
por Fernando G. Toledo
lguna vez, en Mendoza, dos de los más grandes guitarristas de rock que en el mundo han sido, se dieron la mano. Fue frente a mis ojos y hoy aún, cuando lo evoco, me parece de a ratos que se trata tan sólo de un efluvio de mis fantasías.
Era octubre de 2004 y el entorno, un hogar de monjas, al que fuimos a parar arrastrados por una invitación que jamás dejaremos de agradecer aquellos que la recibimos.
Valentina Fusari, la gran bailarina, había conocido a miembros de la Liga de Guitarristas de Robert Fripp hacía unos años y esa relación le había permitido ser el nexo para algo que fue como una bomba para los instrumentistas de Mendoza: el gran líder de King Crimson iba a venir a este costado del mundo a dar un curso de su revolucionaria técnica de guitarra.
El lugar elegido para ese curso fue, precisamente, la Casa del Retiro Nuestra Señora del Tránsito, en Lunlunta. Para la última jornada del curso, Fripp sugirió a Valentina Fusari que invitara a un grupo pequeño de personas para que escucharan el resultado de ese curso, y que fueran agasajados por él y sus alumnos, con algunas delicias preparadas por ellos mismos.
Dos gigantes se saludan
Cuando quedé entre los invitados por Valentina, mi alegría se salió de quicio. Pero no me esperaba que aún faltaba lo mejor: Ernesto Vidal (otro de los invitados) me invitó a ir con los otros «elegidos» y de pronto me encontré en la calle Belgrano de Ciudad, y subiéndome al auto del que iba a ser nuestro chofer: nada menos que Mario Mátar.
Ernesto, Alejandro Pizarro, Rodolfo Castagnolo y yo (después se sumó Cristian Gambetta) viajamos hacia Maipú con emoción. Pero el que estaba transido de alegría era Mario: él, un guitarrista que sin dudas podía parangonarse con Fripp en talento, manejó hasta allá, en viaje nos comentó de punta a punta un disco de King Crimson, mientras resaltaba en segmentos puntuales la técnica que el maestro inglés había usado.
La jornada terminó con un momento único: tras recibirnos y mostrarse algo distante, finalmente, de entre la quincena de invitados, sólo cinco fuimos sacados del salón donde estaba el ágape y, en una galería, fuimos saludados por Fripp.
El creador de los Soundscapes saludó a uno y a otro. Todos le dedicaron palabras, pero en un momento, justo frente a mí, Mario Mátar y él se dieron la mano.
Creo que todos quedamos conmovidos, porque sabíamos lo que estábamos presenciando. Estábamos viendo que dos de los guitarristas más admirados estaban cruzando, justamente, los dedos con los que hicieron música magnífica.
El jueves, cuando murió Mario Mátar, tras una devastadora enfermedad, no pude más que recordar ese momento. No por el mero hecho de haberlo atestiguado, sino porque allí estaba resumida buena parte de la música mejor que hemos oído, pero también estaba ilustrada en vivo y en directo la metáfora del azar: aquel que puede hacer que entre dos tipos geniales medien suertes dispares. A uno, puede venirle el reconocimiento mundial y unánime. Y al otro, una fama, un reconocimiento a menor escala.
Cambió la historia
Cuando volvimos aquella vez, alguien que no recuerdo (seguramente Erni Vidal) me dijo lo que había que decir: que si Mario Mátar hubiera nacido en otro lado, y no en este páramo a veces ingrato, hubiera sido otro Fripp.
Ahora, cuando ya no podemos escuchar de nuevo al gran músico sonreír, creo que de cualquier modo no hay que sentirse tan mal: que Mendoza haya acunado a Mario Mátar ha cambiado para siempre su historia.
Porque de eso no caben dudas: la música local, y en especial el rock, jamás podrá omitir la huella honda y virtuosa que el músico (que creó Altablanca, Salsa Blanca y Neptuno Club, y el que brilló con singular intensidad en Zonda Projeckt) ha dejado.
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