Fernando Lorenzo: en una primavera ajena

Ilustración: Jaime Suárez


La edición de Extranjero en su tierra permite asomarse a la extraordinaria obra del escritor mendocino Fernando Lorenzo.


por Fernando G. Toledo

«Hemos muerto como el tiempo / bajo la primavera de los otros», dicen dos versos magníficos, elegantes y precisos de Fernando Lorenzo, como tantos otros de los suyos. La cita no es casual: acaba de editarse, en una primavera siempre ajena, el libro de un escritor sin par nacido en estas tierras y muerto ya, sí, hace 14 años, oyendo el galope de la estación florida.

El volumen de Ediciones Culturales de Mendoza se titula Extranjero en su tierra y toma el título de un documental estrenado hace dos años por Ulises Naranjo y dedicado a la figura de Lorenzo (Mendoza, 1924), quizá el más exquisito y también el más incomprendido de nuestros autores del siglo XX.

Así lo considera el propio Naranjo en el prólogo: «Fernando Lorenzo es uno de los escritores más extraordinarios que ha dado el país. Su puño es tan alto, tan elegante y certero que no termina por resolverse en misterio el hecho de que no haya gozado de la fama en las tribunas literarias de Hispanoamérica».

Las 296 páginas de este libro se constituyen como un objeto también extraño («extraño« y «extranjero» comparten la misma etimología). Antes que nada, porque no es ni una obra completa ni una antología propiamente dicha. Más bien, es un compendio desprolijo cuyas principales virtudes radican en la salida a la luz de una nouvelle inédita de Lorenzo, Subsuelo, y la reedición de Arriba pasa el viento, novela que en 1959 obtuviera el primer premio del Fondo Nacional de las Artes y fuera reeditada en 1994 también por Ediciones Culturales.

Narrativa alucinada

A diferencia del carácter terso de su poesía, de la potencia cristalina de sus versos, la narrativa de Lorenzo, o mejor dicho su novelística, tiene otras resonancias. Arriba pasa el viento es, por lo pronto, una obra contemporánea al llamado boom latinoamericano, del que formó parte un variopinto puñado de escritores como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes o Juan Rulfo.

Con el Pedro Páramo de este último podríamos aparear la novela de Lorenzo, en el que un difuso pueblo sin nombre aguarda nada menos que «la llegada del amor». Una espera, claro, fútil, pues no sólo nuestro autor deja sin revelar si estamos ante un paisaje soñado o real, sino porque la espera de ese amor es como la del Di Benedetto de Zama o la del Godot de Beckett: un aguardar en vano sobre algo que oculta que el tiempo, inexorable, transcurre y que «arriba pasa el viento».

Justamente, la impronta beckettiana es lo que rezuma la opresiva novela Subsuelo, que ve por primera vez la luz. Aquí vemos a un Lorenzo que otra vez deja fluir el absurdo, pero en este caso para trazar una metáfora poderosa del encierro y la opresión, aunque sea en la forma del alucinado relato de un hombre que, según nos cuenta, está encerrado en un sótano.

Con este libro es imposible no remitirse a Malone muere, esa novela del autor de Fin de partida en la que un viejo (tan decrépito como Orti o Leproz, los personajes de Fernando Lorenzo) está recluido en su habitación y desde allí intenta, más que contar lo que lo rodea, construirlo a través de las palabras.

Otros rostros del poeta

Como la propuesta de Extranjero en su tierra es mostrar a Lorenzo en diversas facetas, también puede apreciarse a un Fernando Lorenzo «cuentista», con algunas piezas ciertamente destacadas fuera de las que formaron su libro Sucesos en tierra.

Allí aparece también un autor para quien, como en sus novelas, no importa tanto el desovillado de una historia como la consistencia de las palabras, las frases, los giros y el contenido ideológico, conceptual y metafórico que lo forman. Historia de un ámbito es prueba de ello, un relato cuasi kafkiano que integra una perfecta trilogía con Arriba pasa el viento y Subsuelo. También aparecen pequeños relatos como El vuelo, Los milagros o Una pequeña recompensa, en los que Lorenzo pone por encima de la narración la pulsión lírica de sus textos.

En este sentido, bien cabe concebir tanto la obra cuentística de Lorenzo como sus obras de teatro (que ha sido evitada en este volumen, dado que el Instituto Nacional del Teatro editará su dramaturgia completa) un perfecto punto de intersección entre sus poemas y sus novelas.

Y es que, acaso, el Lorenzo escritor (y no ya el personaje entrañable que era en su andar cotidiano) era por sobre todo un poeta. Un poeta que, además, recorrió varias vertientes como el surrealismo, el neorromanticismo y la experimentación à la Mallarmé sin perder jamás su voz personal.

Y aquí, aunque en pequeñas dosis, con algunos fragmentos y poemas sueltos, ese poeta se impone por sobre todo lo demás, acaso porque creía que había nacido para «soplar al oído de los hombres / la tempestad y su cortejo de cristales partidos, / los días quemados sin objeto, / el último sabor de una lágrimas».


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