Las palabras íntimas
Manuscrito del Poema conjetural. |
por Fernando G. Toledo
¿Por qué elegimos a un escritor, a un poeta, como nuestro preferido? Decidimos un nombre entre todos y esto se debe a que nos gusta «su obra». Pero, ¿nos gusta toda su obra, o sólo parte de ella? ¿Importa que sea concisa y no frondosa? ¿Sería válido elegir a un poeta como el preferido por un solo libro breve o, por qué no, por un solo poema? ¿Debería ser ese poema un poema extenso (La Eneida, Orlando Furioso, De rerum natura, Eugenio Oneguin, Martín Fierro o, al menos La tierra baldía o Piedra de sol)? ¿O podríamos decir: «Quasimodo es mi poeta preferido por Y de pronto anochece. Los demás poemas no me subyugan, pero ese vale por todos los demás»? Pero si elegimos a un poeta por un solo poema, ¿por qué no hacerlo por un solo verso? O, puesto que estamos llegando a un límite, ¿por qué no preferirlo apenas por una palabra?
Pensaba en todo esto al releer, no sé si ya por centésima vez, el Poema conjetural de Jorge Luis Borges. Un poema no digamos «único», pero sí «particular» entre su obra; un poema que puede ser parangonado con pocos de sus otros textos. En él, Borges asume la voz de Francisco Narciso de Laprida, en sus instantes finales, cuando una tropa del Fraile Aldao lo persigue para matarlo. El autor de El Aleph no menciona el escenario, pero todo sucede en San Francisco del Monte, aquí en Mendoza, y es el 22 de septiembre de 1829. persiguen para matarlo.
Nada más poético, por cierto, que imaginar a un hombre «casi muerto» y evocarlo con un soliloquio que nos lleva desde el retrato dolido del «destino sudamericano» hasta el drama existencial de la vida fugaz. Pero el poema va más allá del «laberinto múltiple de pasos» que traza un hombre individual: hablar de Laprida le sirve a Borges para convertir su asesinato en una metáfora del tiempo que vivía, y que consideraba bárbaro.
Pensaba yo, entonces –y ya en el terreno puramente estético–, en que aun con lo genial que pueda parecernos el poema, es el verso final el que le da lustre, el que le permite alcanzar relieve clásico. Laprida acaba el relato de sí mismo cuando por primera vez se empieza a referir a una parte física de su persona, y en el momento preciso en que por una de esas partes se le va la vida. «El íntimo cuchillo en la garganta», dice el verso postrero. Ese es un verso perfecto a la luz de cualquier enfoque: ya sea por lo formal o por la carga de dramatismo con que dota al final del poema; ya por el peso musical de su endecasílabo o por la capacidad sintética de excluir el verbo y aun así hacer aflorar la acción.
Yo creo que bien podría apuntar a Borges entre mis poetas preferidos. Y que el Poema conjetural también podría estar entre mis poemas predilectos. Además, diría que ese verso final es aquel con el que me quedaría. Y que el único adjetivo de ese verso sería la palabra escogida: «íntimo».
A nadie extrañe que a toda elección de esta índole ese adjetivo, al fin, le calce a medida. «Íntimo». Así son las mejores palabras: nos llegan hasta el cuello.
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