Los comulgantes


Hablan entre sí los dos hijos de Dios.

Están en una tarde blanca y negra,
Contándose en voz alta las últimas cosas,
Confesiones que el silencio ha infectado
Sobre las carnes abiertas de una pequeña verdad
:
«Si no existiera, ¿qué más da? La vida
Sería, así, un alivio» dice al fin el pastor,
Mientras quien lo oye siente
Que se desprenden viejas astillas,
Que escapando de los duendes se ha dormido
En un bosque y ahora los lobos lo rodean.

Se parecen entre sí los dos hijos de Dios.

Pero sólo uno de ellos se incrusta una bala en la sien,
Para que por ese hueco manen todas las dudas
Y la culpa de las horas negadas al mundo,
Mientras el otro («Sanctus, Sanctus, Sanctus»)
Se aferra a sí mismo, abre los ojos
Como si acabara de recobrarlos, mira
La mudez violentada de su prójimo y descubre
Que no conoce el nombre del color
Que tiene el barro fresco
De la sangre y la tierra cuando se mezclan.


Ingmar Bergman: Nattvardsgästerna (1962) 
In memoriam

[Poema incluido en el libro Mortal en la noche]



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