Generación beat: un aullido literario que aún se deja oír
Fotograma de En el camino (On the Road, 2012), dirigida por Walter Salles. |
Por Fernando G. Toledo
He visto a los mejores escritores de aquella «generación beat», normalizados, estudiados, instalados en el canon académico que supieron detestar, puestos en boca de todos, incorporados a un nuevo estilo de vida aunque estuvieran en contra del nuevo estilo de vida de sus propios tiempos.
He visto a los mejores escritores de aquella «generación beat», normalizados, estudiados, instalados en el canon académico que supieron detestar, puestos en boca de todos, incorporados a un nuevo estilo de vida aunque estuvieran en contra del nuevo estilo de vida de sus propios tiempos.
Escritores que siguen siendo un manojo (tres grandes y una
pequeña corte atrás), unos pocos nombres prominentes que supieron dar, al menos
cada uno, su obra maestra y luego fueron copiados, deglutidos, transformados.
He visto a esos hipsters de los 50, inspirados en el jazz,
hastiados de los moldes que el gobierno de su país quería instalar en la Guerra
Fría, inmersos en la droga, borrachos de zen y orientalismo; aquellos que se
quemaban los brazos con cigarrillos para protestar contra la narcótica niebla
del capitalismo.
A esos los he visto vendiendo libros por millares, creando
epígonos en diversas artes, y he visto años, décadas, generaciones después,
llegar a ser objetos de estudio en una provincia a miles de kilómetros de su
epicentro.
Allen Ginsberg y Jack Kerouac. |
Jornadas académicas en Mendoza, ese lugar alejado del
epicentro, dedicadas a la generación beat y convocadas para pensar en aquellos
escritores de su tiempo (Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs), sus
traductores, sus emuladores locales, los grupos de rock inspirados en ellos.
Tres días de mesas, charlas, música y debates en la
Universidad Nacional de Cuyo, que concluyen hoy y a las que llegaron
especialistas locales, académicos y estudiosos, conscientes de que, cuando ha
caído la arena de los días, el impulso extraliterario queda mitigado y lo que
persiste son las obras, que pueden estudiarse aunque sus autores hayan querido
en sus inicios repudiar el estudio, la academia, la canonización.
Y hemos hablado con algunos de los que vinieron a
estudiarlos.
Con Griselda Beacon y Nancy Viejo, de la Universidad de
Buenos Aires, hemos hablado. Y con Paul Noguerol, de la UNCuyo, quien ha
coordinado el encuentro que también tuvo otros invitados e incluyó recitales
poéticos, shows musicales y exhibición de películas.
He visto de nuevo a Ginsberg, Kerouac y Burroughs, pero
también a Lawrence Ferlinghetti, a Gregory Corso, a Carl Solomon. Puestos a la
luz de estas jornadas he comprendido que ellos supieron ser los nuevos
románticos, los nuevos Rimbauds, los nuevos dadaístas.
He escuchado a Griselda Beacon resaltar que «el ambiente de
época en que surgieron los representantes de la generación beat era la
posguerra de la Segunda Guerra Mundial, en la cual el gobierno de los Estados
Unidos imponía el american way of life a través de la promoción del consumo, de
la llegada de artículos tecnológicos al hogar. Y ellos reaccionan contra todo
eso».
La he escuchado decir: «La manera de reaccionar que tuvieron
fue oponerse a la Academia, aunque sus principales representantes tuvieran
formación universitaria. Prefirieron el vabagundeo como modo de vida, la
experimentación con drogas, la influencia de filosofías orientales».
William Burroughs. |
He recordado un fragmento de Kerouac a propósito de lo que
ha dicho Beacon, un momento de En el camino en el que se narra cómo hay
personas que
«bailaban por las calles como trompos enloquecidos, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse».
Esa manera «histérica» de ver las cosas explica que los
beats reivindicaran su rótulo, aunque lo modificaran: ellos no eran los beaten
(«golpeados»), ni los beat («alicaídos»). No: eran santos, y en su nombre estaba
encerrada la «beat-itud».
Y he preguntado también a Nancy Viejo, que no ha parado de
hablar cuando se le ha pedido la palabra, como si tuviera el gigantesco rollo
de papel en el que Kerouac escribió su obra maestra, para decir:
«El héroe por antonomasia de la generación beat es el
hipster, el vagabundo que viaja con changas ocasionales atravesando el país de
un lado al otro. Para ellos, la alternativa al modo de vida impuesto, en el que
sólo había que preocuparse por el dinero y que acababa en un hombre alienado,
era este».
Me he preguntado por qué esos cerebros de aquella generación
beat hicieron de sí mismos los personajes de sus obras, los héroes y
antihéroes, y los propios mitos; por qué fueron ellos los que se pusieron como
carne de su propia letra. Me ha dicho Paul Noguerol que eso también fue «un
descubrimiento».
Si Neal Cassady, si Carl Solomon eran personajes de las
obras, era porque «al elegir contar las cosas a través de una prosa espontánea
y automática, sin intermediarios entre la idea y el texto, pasaron a incorporar
todo lo que estaba a su alrededor. La consecuencia fue que aparecieron en sus
textos los más allegados, que eran además los que estaban reaccionando contra
ese modo de vida de posguerra».
Y se me ha ocurrido decir que fue la generación beat, más
que un movimiento estético, un capítulo de la literatura estadounidense, dada
la escasa aparición de beatniks en otros lados. Pero Griselda, Nancy y Paul me
han dicho que no. Que de algún modo el efecto dominó de la beat generation
llega hasta nuestros días. Porque ellos hicieron posibles a los hippies, a Bob
Dylan, a Los Beatles, al rock argentino inicial, a Tom Waits, a John Green, y
al grunge (Kurt Cobain era amigo de Burroughs).
Y por fin he pensado que todo lo dicho está dicho ya en
Aullido, el macrocefálico poema-manifiesto de Ginsberg que inaugura en 1956 el
movimiento. Un poema desbordado, como una larga letanía escrita en modo
automático (cut up), al modo del fluir de conciencia de Joyce.
Aullido es un aleph, me he dicho, en el que el poeta mira
todo y se mira a sí mismo, en el que canta e insulta, invoca al demonio y a los
dioses, blasfema y bendice.
Y he dicho que al menos ese poema alucinado, que parece
escrito por un Whitman con anteojos 3D, ese poema merece por sí mismo unas
jornadas como las que hoy terminan de celebrarse en Mendoza.
Con el corazón de ese poema se puede uno alimentar bien por
miles de años.
(N. de la R.: el estilo del artículo pretende emular el del
poema Aullido, de Ginsberg).
Publicado en el diario Los Andes, el 28 de octubre de 2017
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