Leonardo Favio, el artista múltiple
Leonardo Favio según el dibujo de un coterráneo suyo, el talentoso dibujante Marcelo Marchese. |
Por Fernando G. Toledo
Los rostros de Leonardo Favio parecen multiplicarse
ante la contemplación de su vida y de su arte, quizá porque, como un genuino
artista romántico, Fuad Jorge Jury (tal su nombre civil) confundió con pasión desenfrenada
el arte y las cuestiones mundanas, los gustos elevados o la entrega a las más
sencillas manifestaciones populares, la adhesión a una causa política, pero no
a una sistematización de la misma.
Favio es siempre muchos Favio.
La contracara, al menos aparente, se vislumbra a
poco de repasar en qué se basa su celebridad. Y allí aparece el primer
problema. Basta con preguntarle a un tipo de la calle,sin aspiraciones cultas,
para que responda que es ese famoso cantante romántico del que, sin duda, es capaz
de tararear una canción. Puede ser Fuiste mía un verano, aquel éxito que le
daba nombre a su disco debut y parece una condensación de lo que la balada
romántica que él ayudo a imponer en Latinoamérica debe ser. Una letra que rememora lo ya perdido, una
entonación afectada, dolida, una guitarra acústica que acompaña y arreglos
orquestales «a la Waldo de los Ríos», muy propios de la época. Puede ser Ella ya me olvidó, puede ser O quizás simplemente le regale una rosa, o Quiero aprender de memoria (que aprovecha, sin confesarlo, versos de Rodolfo Braceli).
Puede pensarse en esa figura entre cursi y exaltada,
capaz de seducir incluso al que no admira a este Favio, con la particular
personalidad de esas canciones.
Pero también puede uno fijarse en la otra faceta, la
canonizada, de Leonardo Favio. Puede pensarse en ese artista de inclaudicable
talento plástico, capaz de narrar como un neorrealista o como quien cuenta un
teleteatro, de contarnos una historia como un trágico griego, y todo acompañarlo
por algunas de las imágenes más hermosas que el cine nacional ha dado. Puede
uno pensar en aquel que comenzó con actor y aprendió con Torre Nilsson, puede uno
recordar cómo trabajó codo a codo con su hermano Zuhair Jury, y admirar al que
creó la que está considerada la mejor película de la historia del cine
argentino (Crónica de un niño solo).
Favio puede aparecérsenos como ese personaje
querible y a la vez polémico, tan peronista como el Gatica que creó para la película
y que se pone en la boca esa frase precisa de Osvaldo Soriano que reza: «Yo
nunca me metí en política, siempre fui peronista».
Favio tiene caras que se multiplican y podemos ver
al cantor, al realizador, al militante y al actor, y al mendocino que añoró
siempre su tierra pero no volvió jamás a establecerse en ella; podemos ver a un
esteta cinematográfico que está a la altura de Kurosawa, y admirarlo sin tapujos
como se admira a esos artistas que parecen exceder cualquier mensura. Un
artista como Favio que sólo puede ser visto, acaso, desde uno de sus costados,
como cuando miramos desde la vereda un enorme e imponente edificio.
Visto ese espectáculo, el de el hombre de tantos
rostros, podemos decir que con Leonardo Favio, simplemente, se ha ido un
artista irrepetible. De esos ante cuya muerte no podemos más que llorar, como llora
un niño solo.
Publicado en el suplemento especial de Diario Uno en homenaje a Favio.
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