Las ruinas circulares y los versos escondidos


Todo aquel que se haya dejado atrapar por la obra de Jorge Luis Borges habrá notado cuántas historias es capaz de contar con sus poemas y cuántos poemas se esconden en la prosa de sus cuentos. 

Yo sentí esa magia con el primer texto de Borges que leí en mi vida, Las ruinas circulares. Y me pareció que alguna vez sería necesario revelar ante todos ese truco. Así que me puse a la tarea de trabajar sobre la primera parte de ese cuento y reexponerlo ya sin el velo de la prosa, mostrando un nuevo texto: un poema en versos endecasílabos.




Las ruinas circulares

Texto original: Jorge Luis Borges. Versificación en endecasílabos: Fernando G. Toledo


A él nadie lo vio desembarcar 
en la unánime noche, nadie vio
esa canoa de bambú sumiéndose
en el fango sagrado, pero nadie
ignoraba a los pocos días que él
venía desde el Sur y que su patria
era una aldea en el flanco violento
de la montaña, en donde el idioma
griego no está mezclado con el zend
y donde no es infrecuente la lepra.
El hombre gris besó el fango, subió
—sin que las cortaderas laceraran
sus carnes— la ribera y se arrastró
mareado, ensangrentado, hasta el recinto
que alguna fue del color del fuego
y ahora está teñido de ceniza.
Cerró los ojos pálidos, durmió.
Sabía que ese templo era el lugar 
que su invencible idea requería.
Ese propósito que lo guiaba
era sobrenatural, no imposible.
Él quería soñar un hombre entero, 
con una integridad tan minuciosa
que lo impusiera así a la realidad.
Le convenía el templo inhabitado,
también los leñadores tan cercanos
porque de su frugal necesidad
podían encargarse: arroz y frutas
le daban por tributo suficiente.
Su única tarea era dormir, 
estaba consagrado a su soñar.
Después de intentos vanos comprendió
que moldear la materia de los sueños
era el más arduo empeño de un varón.
Esperó que la luna fuera un disco
perfecto, en las aguas del arroyo
se fue a purificar y se durmió.
Casi inmediatamente fue su sueño
el de un corazón solo que latía.
Así luego avanzó a todo el cuerpo:
el íntegro esqueleto, los dos párpados, 
el pelo innumerable, tan difícil.
Soñó un íntegro hombre, un mancebo.
Luego el hombre soñó con algún dios
cuyo cuerpo era potro y también tigre,
que le reveló el nombre terrenal
que al soñador al nombre le cabía,
y le dijo que Fuego era ese nombre
y que mágicamente animaría
al hombre soñado y que las criaturas
lo iban a sentir de carne y hueso.
[...]


Ilustración: Las ruinas circulares, de Quique Alcatena

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