Por qué el MendoExit es un absurdo

Las Vegas (Mendoza). Foto: Claudio Gutiérrez / Los Andes


por Fernando G. Toledo


l gusto por la tierra chica (Mendoza, por ejemplo), el orgullo por habitar esa zona que el azar del nacimiento u otros azares de la existencia nos han llevado a ocupar, está muy bien. No hay nada malo en ese sentido petulante de pertenencia y pasión. El amor es así, incluso el amor por la tierra, que hasta puede no ser correspondido. Decía Ramponi, con la mirada puesta en nuestra cordillera, que «el hombre quiere amar la piedra» aunque esta le sea indiferente. El problema es cuando esa pertenencia se transforma, a su vez, en un fantasma identitario, en un concepto excluyente que supone que lo que uno ama sólo a él le pertenece.

Y es que los ganglios identitarios son fáciles de inflamar. De golpe les entra una bacteria peligrosa, la del separatismo, y lo que empieza como un malestar, pasa a ser dolor de cabeza y luego una deformación purulenta de esas que requieren ser extirpadas. O no pueden serlo.

La aventura del «MendoExit» (la propuesta de escindir a Mendoza del país) ha resonado en los últimos días. Lo que comenzó como un chiste apto para trasnoches de Twitter y para amantes de las naderías, se convirtió de golpe en una amenaza cuando salió de la boca de un diputado nacional (de la Nación argentina, eso sí) y exgobernador de la provincia «escindible».

Una cosa es defender los intereses federales y otra, quebrar el país. Eso cambia el enfoque y obliga a tomar las cosas poco serias un poco más en serio. Y es que los delirios separatistas no son broma, y de eso saben aquellos países que sufren a esos grupos diluyentes, que tienden a ocultar lo crucial y a estimular los bajos instintos sectarios.

La mejor manera de tomar en serio la idea de que Mendoza se independice de la Argentina es decir que eso es un absurdo. En principio –y este punto lo pusieron rápido los constitucionalistas sobre las íes– porque la Constitución de la Provincia de Mendoza declara desde el principio que la provincia «es parte integrante e inseparable de la Nación Argentina y la Constitución Nacional es su Ley Suprema». Aunque eso les debería bastar a los razonables, hay que tener en cuenta que estamos ante un «asalto a la razón» y esta debe defenderse con más razones. Vamos a ellas: Mendoza es una provincia, según esto, sólo porque ya «presupone» la Nación argentina que integra. Y esta Nación tiene un actor fundamental: sus ciudadanos. De ellos nace «el principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno» como dice la «suprema» Constitución Nacional.

Esto no significa otra cosa que, por más que en un gobierno descentralizado y federal, Mendoza -como otras jurisdicciones- tenga una administración propia, el territorio (la patria) es de todos los argentinos. De la misma manera que Buenos Aires, Chubut, Salta, La Rioja o Tierra del Fuego son de los porteños, chubutenses, riojanos o fueguinos tanto como de los mendocinos. O sea que no es un grupúsculo febril de domiciliados en Mendoza los que van a tener derecho a separarse del país: si eso pasa, se les va a estar quitando un territorio a quienes también les pertenece. Y, por supuesto, una nación se defiende con sus armas y básicamente debe repeler a los que quieran romper la Argentina.

Por último, y para evitar ser exhaustivos, a los delirantes que imaginen la secesión (tuiteros o legisladores) habría que preguntarles qué harían, en el hipotético caso que se fundara una Mendoza independiente, cuando una porción de ella –pongamos por caso, Malargüe– pida separarse. Es que a eso llevan los antipatrias: a convertir una nación en tribus y a los compatriotas, en enemigos.


Publicado en diario Los Andes.

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