Cerati, autor de un capítulo brillante del rock nacional
Cerati en 2001. Foto: Urko Suaya. |
Por Fernando G. Toledo
Desde el primer disco con su legendaria banda, Soda Stereo hasta Fuerza Natural, Gustavo Cerati sedujo siempre desde la lírica y la potencia creativa de sus acordes que nutrieron el acervo del rock nacional.
Intentaba mantener las formas, pero con la mirada sin punto fijo, se quedaba sin habla de a ratos. «No puede ser», me decía. Algo de mí veía en él. Mi compañero de mesa de café, un par de años mayor que yo, incondicional de toda la vida de una música que arrulló sus horas adolescentes, pensaba en Gustavo Cerati y si en lugar de café hubiera estado en medio de una calle vacía, de una ciudad en blanco y negro como la de la portada de Doble vida, habría seguido mirando a lo lejos y habría llorado.
Pero mi compañero de café no encarnaba más que el costado sentimental, importante también, pero acaso subjetivo y cambiante de lo que Cerati representó en la música popular argentina. Lo otro, lo objetivo, es que fue un músico como pocos, a la altura de los grandes próceres de esta música: los mismos que él admiraba y bajo cuya tutela se forjó. Un músico capaz de componer canciones como La ciudad de la furia, Sobredosis de TV, Cuando pase el temblor, Prófugos, De música ligera, Mundo de quimeras, Zoom, Lisa, Puente, Cosas imposibles, Lago en el cielo o Déjà vu, un músico así, no es un músico del montón.
Autor de algunas de las mejores canciones de los argentinos años ’80 y ’90, líder de Soda Stereo, la banda que derribó junto a una camada contemporánea las barreras del país para expandirse por toda Hispanoamérica, Gustavo Cerati protagonizó uno de los capítulos más brillantes y perennes de la rica historia rockera de nuestro país. Y lo hizo a fuerza de melodías incandescentes, de letras de una poesía refinada y elegante, pero no impenetrable, y de un afán de renovación, si no iconoclasta, sí lejano a los conformismos.
Té para tres
Su historia y la de Soda Stereo son la misma en cuanto a popularidad se refiere. Con peinados importados de la new wave inglesa y melodías efectivas y límpidas, el grupo se hizo un lugar entre las tantas bandas porteñas que comenzaban a hacerse oír en los estertores de la dictadura militar argentina, a principios de los ’80 del siglo pasado. Por ese entonces, el rock argentino estaba bien asentado, paradójicamente, gracias a las prohibiciones contra la música en otro idioma que el gobierno dictatorial había lanzado en el ecuador de su mandato. Lo que necesitaba, o al menos lo que aparecía como inexorable, era el alimento de las nuevas corrientes que sonaban en el mundo: The Police o The Cure, por caso.
Soda se nutrió de todo ello y con una contundente aparición en la escena musical con hits como Jet Set o Un misil en mi placard, el grupo que había formado junto a sus compañeros de aventuras Héctor Zeta Bosio y Carlos Ficicchia (Charly Alberti), despertó la atención de todos. Su primer LP, titulado simplemente Soda Stereo y producido por Federico Moura (Virus), era sólo el primero de una serie que quedaría marcada con letra de oro en el rock nacional.
En 1985, el trío consigue confirmar lo que parecía un indicio a tener en cuenta, y lo hace con el disco Nada personal, en el que otra vez Cerati da muestras de su talento como compositor, con canciones inflamables como Cuando pase el temblor, Juegos de seducción o la que da nombre al álbum. La popularidad los lleva a presentar la placa en uno de los lugares que se convertirían en verdaderos templos del rock: el estadio porteño de Obras Sanitarias. El clip que acompañó a Cuando pase el temblor (un pop muy sofisticado y mezclado con sonoridades andinas), fue también uno de los hitos de Cerati y los suyos, y una prueba de que los Soda eran modernos incluso en el uso de la imagen.
Más tarde, 1986 se convierte en el año en que el rock argentino lleva su impronta pionera en español a otros países del continente. Y Soda se muestra a la altura con uno de sus mejores álbumes, Signos, que incluye al mismo tiempo un par de esas canciones que no faltarán de ninguna antología de la banda ni de la música nacional: Persiana americana, Prófugos, El rito, la misma Signos.
La gira que acompaña a la presentación en vivo de este disco eleva a Soda Stereo a una popularidad que linda con la «manía». En Chile, se convierten en un grupo de referencia (ganan la Antorcha de Plata en el Festival de Viña en febrero de 1987), al igual que en Venezuela y en México, ganándose un lugar parejo al que tienen en nuestro país, donde reciben elogios y éxitos por igual.
El resultado de esa gira no es sólo una popularidad con pocos parangones, sino también un disco que refleja los mejores momentos del tour, y que se tituló Ruido Blanco (1987), en el que se dan un pequeño lujo: incluye a The Supremes (coristas de Diana Ross) para los coros de Prófugos y Sobredosis de TV.
Soda Stereo en 1988. Foto: Dan Ackerman. |
Más internacionales que nunca
Un Cerati de casi 29 años da a la luz, al año siguiente, junto a Soda, el disco hasta entonces más internacional del grupo: Doble vida. La escalada cualitativa de la banda parece no detenerse, y en este caso se “ aggiorna” con una grabación realizada en los EEUU bajo la tutela de Carlos Alomar, productor de, entre otros, David Bowie y Paul McCartney. Doble vida es un disco casi perfecto: difícil ha de haber sido elegir cuál era el primer corte, y es uno de las obras en las que la banda toda puso mucho de sí en la composición.
En las letras, además, Cerati alcanza un nivel de refinamiento que, acaso, lo pone a la altura de uno de los músicos que siempre admiró: Luis Alberto Spinetta. Se suceden canciones como En el borde, Lo que sangra, Corazón delator y aparece una canción que sobrepasa lo normal para los cánones del rock pop de entonces: En la ciudad de la furia, donde un inspirado Cerati retrata una Buenos Aires posmoderna en la que, dice, «nadie sabe de mí / y yo soy parte de todos».
La nueva gira internacional que siguió a este disco magnificó los efectos de la anterior, con conciertos multitudinarios en la mayor parte de los países de habla hispana de América y una cifra impresionante de público en los conciertos argentinos. Eran momentos muy creativos, pues a poco de editado este disco se publica además un maxi-simple titulado Languis(1989), con versiones remixadas de dos temas de Doble vida y una canción nueva, gran éxito por entonces: Mundo de quimeras.
Pero el techo no había llegado. Empezaba una nueva década y en 1990, los Soda Stereo se despacharían con el que es, para muchos, su mejor álbum: Canción animal. Un disco presentado en una portada naranja con una imagen de una cópula entre dos leones (por cierto, cambiada en algunos países que la censuraron, por otra con la foto de los integrantes de la banda), un disco musicalmente más «áspero» que el predecesor, pero no menos exquisito en lo que a lírica y arreglos se refiere. El primer corte fue (En) El séptimo día, pero pronto otras canciones del disco superaron a ésta: Un millón de años luz, Canción animal, Entre caníbales, Sueles dejarme solo y el que estaría escrito para convertirse en el himno de Soda Stereo a pesar del enorme bagaje de canciones precedente: De música ligera, con su riff de guitarras hipnóticas y su estribillo: «De aquel amor / de música ligera / nada nos libra, / nada más queda».
El disco estuvo acompañado, por supuesto, por las giras internacionales, pero también por un megaconcierto gratuito, en 1991, en la avenida 9 de Julio porteña, que reunió una cifra de espectadores sin parangón: 250 mil personas.
Inquieto e inconformista, el trío liderado por Cerati daría luego uno de sus pasos más osados en cuanto a experimentación sonora con Dynamo (1992), el disco más impopular de la banda y, para algunos, el más rupturista. Pero Soda Stereo traía una cohorte de incondicionales que supo disfrutar de canciones bellas y que con el tiempo han adquirido el carácter de clásicos, como Primavera 0, En remolinos, Luna roja, Sweet Sahumerio o Fue.
Separándose
Tras la gira de presentación del disco, la idea de un proyecto solista de Cerati comenzó a tomar forma. La banda ya atravesaba su década de convivencia y los roces, nunca dados a conocer plenamente y jamás de un nivel que rozara el escándalo, parecían poner coto sobre todo a Gustavo, el motor de la banda.
La primera incursión seria «off Soda» fue una gustada amistosa de Gustavo. Se unió a su viejo amigo Daniel Melero, con quien había compuesto canciones de Canción animal, y sacó a las bateas Colores santos, un hermoso y hoy un tanto olvidado disco que acaso prefigura en algunos aspectos al Cerati del siglo XXI. De allí, el corte más popular fue Vuelta por el universo.
Tras esa experiencia, a nadie sorprendió que un disco de imagen minimalista, en dos tonalidades amarillas, representara la primera incursión solista de su líder. Amor amarillo (1993) estaba signado por este amago de disolución de la banda, por cierta libertad compositiva (el disco está apoyado sobre todo en las guitarras acústicas) y la presencia como cantante y coautora de algunas canciones de la chilena Cecilia Amenábar, pareja de Cerati por entonces (además de madre de sus hijos Benito y Lisa).
El álbum no tiene desperdicio: temas ligeros como Te llevo para que me lleves se combinan con otros muy líricos como Lisa o A merced, y hasta hay una mirada al Spinetta que siempre admiró con una logradísima versión del clásico del Flaco Bajan.
¿Era el fin de Soda? No todavía, ya que en 1995 llegaría, sí, el último disco de estudio de la banda más importante de la década. En lo estrictamente musical, Sueño Stereo mostraba a una banda consolidada, madura y sin atisbos de ruptura. Un disco que era también una despedida tácita con hermosas canciones de la talla de Ella usó mi cabeza como un revólver, Zoom, Disco eterno o Paseando por Roma.
Iba a ser el último disco, como dijimos, pero la clausura de la banda no sólo iba a demorarse sino que iba a permitirse una reapertura mucho después.
La gran gira que acompañó la salida del grupo terminó de desgastar la relación, en términos muy claros: «Buscamos formas de volver a ensamblarnos, porque estábamos fuera del training y del vértigo que teníamos... yo creo que a nosotros nos pasó como a esas parejas que tuvieron una pasión muy grande y que después queda solo el sexo», diría después Cerati.
A poco de volver de viaje, y después de varias propuestas de la cadena de videos MTV, Soda accede a grabar un unplugged y las versiones «desenchufadas» de sus viejas canciones terminan por constituir Comfort y música para volar, el principio del fin para la banda.
Después de varios meses de rumores, el propio Gustavo Cerati firma el 2 de mayo de 1997 un comunicado en un diario porteño donde confirma la disolución de la banda:«Estas líneas surgen de lo que he percibido estos días en la calle, en los fans que se me acercan, en la gente que me rodea, y en mi propia experiencia personal. Comparto la tristeza que genera en muchos la noticia de nuestra separación. Yo mismo estoy sumergido en ese estado porque pocas cosas han sido tan importantes en mi vida como Soda Stereo. Cualquiera sabe que es imposible llevar una banda sin cierto nivel de conflicto. Es un frágil equilibrio en la pugna de ideas que muy pocos consiguen mantener por quince años, como nosotros orgullosamente hicimos. Pero, últimamente, diferentes desentendimientos personales y musicales comenzaron a comprometer ese equilibrio. Ahí mismo se generan excusas para no enfrentarnos, excusas finalmente para un futuro grupal en que ya no creíamos como lo hacíamos en el pasado. Cortar por lo sano es, valga la redundancia, hacer valer nuestra salud mental por sobre todo y también el respeto hacia todos nuestros fans que nos siguieron por tanto tiempo. Un fuerte abrazo».
La despedida se hace patente con la gira del adiós, que concluye el 20 de setiembre de ese año en el estadio de River Plate, el mismo show en cuyo saludo final Cerati pronunció la simpática frase: «Gracias… totales».
Solista… ¿para siempre?
El final de Soda representó por fin la posibilidad para que Cerati trabajara con música sin ataduras. Pero el músico sorprendió al formar un grupo, en tren «underground”, en el que se permitió mostrar todo el interés que sentía por la música electrónica. Se trató de Plan V, un proyecto análogo al que encararía luego con Roken (aunque este último, sin discos como producto).
Pero el disco que todos esperaban llegó en 1999 y se tituló Bocanada. Un disco en el se condensó la evolución que puede rastrearse en el Cerati desde el primer álbum de Soda hasta la última de sus canciones: en esta obra, hay canciones de obsesivo trabajo sonoro y armónico (Verbo carne, Bocanada, Raíz, Engaña, Tabú) y esas melodías complejas pero no inextricables como Cerati era capaz de componer, y cuyo mejor ejemplo es Puente.
El éxito siguió acompañando a Cerati fuera de Soda, aunque fue él mismo quien atemperó un poco la locura de las giras que habían signado al trío durante varios años. Ahora hacía menos conciertos pero igual de exitosos, claro que sin las mareas de público que el grupo era capaz de convocar.
Y el prestigio de Gustavo siguió en franco ascenso, manteniendo un nivel que pocos solistas han tenido en ese difícil desafío que representa hacer buenos discos y que sean bien apreciados por el público.
La singladura continuó poco después con una verdadera sorpresa para muchos: tras componer música para una película (+ Bien), Cerati convocó al músico Alejandro Terán para que hiciera arreglos orquestales en algunas de sus mejores canciones. Y el resultado se llamó 11 episodios sinfónicos (2001), un hermoso disco que en Mendoza fue presentado en vivo con la Sinfónica de la UNCuyo como orquesta contratada.
Esto no podría considerarse un preludio para el disco de estudio siguiente, ya que fue éste muy diferente a lo que venía: Siempre es hoy (2002), que incluyó canciones como Cosas imposibles, Karaoke o Sudestada es acaso el disco con más basamento electrónico que Cerati haya grabado. En él, con algunas letras el músico se permitió aludir a su ruptura amorosa con Déborah de Corral, modelo y cantante que antes había sido novia de su compañero en Soda, Charly Alberti. ¿Estaba allí el motivo de la disolución de la banda? Difícil saberlo.
Cerati en 2002. Foto Daniel Divella. |
Si con Ahí vamos Cerati parecía demostrar con creces que Soda era cosa pasada, la realidad iba a dar por tierra con las especulaciones. Y es que tras muchos intentos infructuosos (y millonarios) por lograr reunir la banda, el paso del tiempo y, de seguro, las buenas ofertas económicas consiguieron lo que parecía imposible: que Soda Stereo volviera al ruedo.
Y así Zeta y Charly se unieron a Cerati, no para producir nuevo material (la aventura no llegaba a tanto), sino para una maratónica y multitudinaria gira de conciertos por Argentina y Latinoamérica que arrancó en River Plate (con cobertura de este periodista) para terminar, tres meses después, en el mismo escenario. La gira, llamada «Me verás volver», conformó también un CD y DVD doble con los mejores momentos de estos conciertos.
Soda fue esta vez una pausa y no una continuidad, como estaba planeado, y cada músico siguió en la suya. Y Cerati regresó, con novedades como fue su constante, con un nuevo disco en 2009, que se tituló Fuerza natural y ofreció lo que pocos creían podía ofrecer Cerati: incorporar a sus canciones las sonoridades propias del folclore, olvidando quizá los antecedentes de Cuando pase el temblor y Sulky. Fue con la gira de este disco, donde se incluyen, entre otros, los temas Déjà vu y Rapto, que Cerati llegó este año a la provincia, para presentarse en el auditorio Bustelo. El espectáculo, ofrecido el 12 de abril, fue el último contacto de Cerati con el público local, lleno de fervor y de admiración. Un espectáculo como un rito recordado para siempre que en nada hacía imaginar que un mes y medio después iba a ser la última oportunidad de verlo con vida.
Cerati y el autor de esta nota, en 2002. Foto Nicolás Bordón. |
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