Auster y Coetzee: voces entrecruzadas

J. M. Coetzee y Paul Auster en Buenos Aires (abril de 2014).

El autor de Leviatán y el premio Nobel protagonizaron el domingo una de las lecturas más notables de la 40 edición de la Feria del Libro porteña

© Fernando G. Toledo

«La semana próxima va a ser peor. Viene Violetta», dice uno de los guardias que custodia la puerta de la Sala Jorge Luis Borges, en el predio de La Rural. Lo dice mientras mira las 700 personas que hacen cola desde hace dos horas, al rayo del sol, para no quedarse afuera de la charla que los escritores Paul Auster (Estados Unidos, 1947) y J. M. Coetzee (Sudáfrica, 1940) van a brindar en una hora.
Los que tenemos la suerte de combinar nuestras ganas de verlos con la profesión periodística ingresamos un poco antes. En la entrada de la, por ahora, oscura sala ofrecen el aparato para escuchar la traducción simultánea de la charla. Uno se lo puede llevar si deja como seña su DNI. La duda es: ¿alcanzará el manejo del inglés de este asistente para apreciar lo que digan los dos maestros? La sola duda alcanza para aceptar el trato y sentarse en la segunda fila con los auriculares muy cerca y el documento, muy lejos.
Al poco rato, la sala Borges desborda. Mientras miles y miles (y miles y miles) de personas siguen llegando a la 40 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, siete centenares de ellas se apuran a conseguir un lugar y llenan con bullicio la capacidad. Medio millar más se queda afuera, y se acomoda frente a la pantalla gigante que transmite en vivo la charla.
Es verdad: la semana que viene será peor. Si dos escritores consiguen tanta convocatoria, qué se puede pensar de una estrella juvenil que vive su mejor momento y de la cual todos los productos que a ella se relacionen (o a su intérprete y actriz: Martina Stoessel) se venden como pan caliente.

Dos autores convocantes
Como fuere, es cierto que Auster y Coetzee igualmente tienen una fama difundida en todo el planeta y sus libros son admirados y exitosos. El primero de los autores es, quizá, el más popular. Desde mediados de los 80 y merced a novelas magistrales como El Palacio de la Luna y Leviatán, ganó lectores a nivel planetario y entre ellos a muchos argentinos, que lo tienen como a uno de sus autores norteamericanos predilectos. La fama a gran escala, en nuestro país al menos, de Coetzee, vino de otro lado. Con la contundencia de su premio Nobel , que obtuvo en 2003, muchos pudieron admirar novelas suyas como Vida y época de Michael K o Desgracia.
El evento, ciertamente de gran nivel, es un excepcional lujo para esta feria y se da merced a un ciclo que debuta en el encuentro que realiza al Fundación El Libro y está organizado por la Universidad Nacional de San Martín. Auster y Coetzee son los autores de Aquí y ahora, un volumen epistolar que reúne las cartas que se enviaron entre 2008 y 2011 y tratan temas diversos, pero nada frívolos, en los que reflexionan sobre temas como la amistad, la crítica, la escritura y el azar.
El espectáculo consiste en que ambos se sientan codo a codo y leen algunas de esas cartas. Al salir a escena, reciben una ovación. Auster y Coetzee no se parecen físicamente: el primero es más corpulento, de piel más oscura y camina algo encorvado. El sudafricano es firme como una estatua, delgado y con una prolija barba blanca que le da un halo académico y distante.

Una voz en el micrófono
Auster abre el fuego con una esquela en la que narra un nada buscado pero divertido encuentro con Charlton Heston. Pero algo sucede: su voz de locutor, algo cascada, puede ser irresistible al oír la narración, pero choca contra los problemas de acople de los micrófonos. El autor de La trilogía de Nueva York se lo toma con humor: tras un sonido que simula el de una nave extraterrestre, pregunta: «¿Vienen a buscarme los OVNI?».
Con paciencia, Auster intenta seguir pero se suma un problema más: la voz de la traductora comienza a colarse en la mezcla de sonido y a cada palabra que él dice, sale simultáneamente por los parlantes también las de la intérprete. «Oigo a mi propia voz y parece que me he transformado en mujer», vuelve a bromear el también cineasta. «¿Se puede arreglar esto?», pregunta, buscando ayuda en los hombres que, nerviosos, caminan detrás de escena. Y se decide: «Por favor, arreglemos esto». Coetzee, en tanto, permanece inmutable. No mira al púbico ni lo va a mirar en toda la charla. No dice una palabra más que lo que debe leer. Auster lo invita a levantarse y salen de escena, pero el estadounidense se vuelve y le dice al público, en español: «Cinco minutos».
Pronto, al fin, todo se soluciona y en medio de los aplausos de aprobación, Coetzee y Auster regresan a leer. El último retoma su lectura desde el punto de la interrupción y esto es, justo, cuando cuenta que fue invitado a leer en otra feria del libro. A partir de allí, al fin, despliegan su espectáculo. Ambos, enfundados en sus sacos oscuros y su timidez apenas rota por el buen humor de Auster, simplemente leen. Y lo que parece ser seco y monótono, sin embargo, comienza a calar en el público. Van las cartas de allí para acá y tratan con profundidad ensayística pero con una frescura de mesa de café temas que siempre iluminan con inteligencia y una prosa magistral.
El tiempo pasa tan rápido que de pronto Auster dice: «Con esto termina mi lectura». Y lee una carta sobre sus costumbres matinales antes de escribir. Y Coetzee, a su turno, también aclara: «Esta es mi lectura final». Y cierra con una carta en la que aparece el poeta estadounidense A. R. Ammons.
Luego, se paran, se dan la mano y saludan en medio de la ovación.


El auto de los escritores
Salir es un suplicio: 600 de las 800 personas (es decir, las que dejaron su DNI para llevarse a préstamos los auriculares de la traducción simultánea) se apretujan contra las pobres chicas que deben devolverlos todos a la vez. Después de ser apretujado, sofocado y pisoteado varias veces, quien esto escribe consigue salir con su documento en la mano y escapar, por fin, de la sala. El destino es el puesto donde se vende el libro y allí va la mayoría de los que estuvo en la lectura.
Al cruzar el umbral de la sala, mientras este periodista coteja que el documento que le han devuelto tiene una foto que coincide, más o menos, con la suya propia, el sonido de un automóvil hace detener el paso. «¿Qué hace un auto de última generación en medio de la calle interna de la feria?», es la pregunta que surge como un relámpago en la cabeza de quien esto escribe, atizada por el susto de ser atropellado. Cuando el coche pasa, en el asiento de atrás se los ve a Paul Auster y J. M. Coetzee, quienes, cumplida su labor, parten hacia la noche porteña, lejos de sus conmovidos lectores.
Al seguir camino, confundido aún por la magia de las palabras de los autores, los apretujones y la imprevista aparición del coche, este periodista se cruza con el guardia y le dice: «Suerte para la semana que viene. Seguro que lo de Violetta será peor».


Publicado en diario Uno el 29 de abril de 2014.

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