El infierno de la obsecuencia
Dante y Virgilio se asoman «desde la roca más saliente». Ilustración de Gustave Doré para el pasaje de la Divina Comedia sobre los aduladores. |
Por Fernando G. Toledo
ante Alighieri
no parece haber dudado cuando decidió colocar a los obsecuentes en el Infierno
de su Comedia. Condenados a uno de los sacos más asquerosos de todo
su paisaje infernal, el poeta italiano imagina a los aduladores mezclados,
hundidos, confundidos ya con los desechos humanos, en una cloaca tan profunda
que para ver en su interior hay que asomarse desde «la roca más saliente». Por
supuesto: a las heces se las oculta, se las tapa y entierra. Nadie quiere
verlas ni olerlas, ni siquiera los demonios del infierno.
Está claro que el
divino poeta siente un asco visceral por la obsecuencia y es por ello
que se permite, en el Canto XVIII en el que aparecen los aduladores, variar la
tonalidad de sus versos e incorporar palabras que provoquen estridencia y
repugnancia. Por ejemplo: «Y a poco que empecé a observar atento, / vi a uno
con tanta mierda en la cabeza, / que si era laico o fraile no comento» (*). Tan
sumergido en excrementos está el adulador al que Dante y Virgilio observan que
no pueden siquiera advertir si cuenta con todo su cabello o (muy probablemente)
tiene la marca de la tonsura por ser miembro de la curia.
Cualquiera que
haya atestiguado la lisonjería, la sumisión irrestricta de un adulador o una
aduladora, puede haber sentido la misma repulsión que el Dante. Quizá porque de
todos aquellos con los que debemos convivir –en nuestras relaciones sociales y
sobre todo en los trabajos– los obsecuentes sean los que más rápido entran en
esa categoría que los argentinos, muy poéticamente, solemos llamar mierdas
de persona.
Pero ya Cicerón había advertido que los obsecuentes no existen porque sí: «Aquel que presta más oído a las lisonjas es el mismo que es más dado a halagarse a sí mismo y que más se deleita en su persona». Y, ciertamente, si bien quitamos la vista, asqueados, de los aduladores y chupamedias,
casi nunca hacemos lo propio con los que se dejan rodear y «endulzar» con las
palabras, actos y movimientos serpenteantes de esos que lamen sus retaguardias
para siempre obtener algo, sea lo que fuere. Aquellos que se solazan o siquiera
toleran a los que, bajo su dominio, se desviven por darles la razón, soban sus
vanidades o acatan acríticamente sus decisiones, los adulados, al fin, parece
que tuvieran atrofiados los sentidos: anestesiados por las lisonjas que ciertas
lenguas esparcen con azúcar (la imagen, por supuesto, es de la Divina
comedia) no son capaces de advertir que los favores que devuelven a cambio
de esa obsecuencia no sirven para otra cosa que para alimentar un mismo
fermento putrefacto.
Quién sabe qué
bolsa del infierno dantesco habrían ocupado los que viven y gozan con la
lisonja. Acaso fuera otra letrina en la que se hundirían, sólo que esta vez
llena de una mierda sin olor. Y seguramente no habría siquiera un lugar para
asomarse y ver cuán llenas están de ese excremento sus cabezas.
Ilustración de Stradanus inspirada en la visión de Dante Alighieri de los aduladores. |
(*) Las versiones al español de los versos de La divina comedia son de Sergio Albano.
¡Muchísimas gracias, Fernando...! :)
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