Música para sueños

 
Ilustración: Hans Walor.


Por Fernando G. Toledo

costumbro a dormirme con música. Boca arriba, con los auriculares puestos y con mi reproductor de MP3 o un hermoso discman Sony que funciona como el primer día. No elijo una música especial para el sueño. Puede ser un viejo disco de rock progresivo italiano, una versión que haya transitado poco de alguna sinfonía de Mahler, un disco nuevo de algún artista que quiero conocer o una pieza para piano que me gustaría tocar yo mismo.

Me parece fascinante entrar en el sueño de esa manera. Por lo general, escuchar música es una tarea que emprendo con la mayor seriedad. Escucho el disco, leo sobre él, comparo lo que voy oyendo con lo ya oído, hago enlaces inesperados y disecciono la música mientras va sonando. En suma, dispongo de mis sentidos en alerta para disfrutarlo bien despierto.

Sin embargo, cuando conecto la música a mis oídos para entrar en el sueño lo hago casi como si buscara un sucedáneo de las canciones de cuna que mi madre entonó para que yo durmiera de pequeño. Comienzo escuchando la música con atención, pero pronto divago y lo que suena pasa a esfumarse en el paisaje que el artefacto cerebral va haciendo correr, como un tren que entra despacio en un túnel oscuro.

No deja de ser curioso que, como un antónimo de esos artilugios que me llevan con música a las puertas del sueño, la vigilia reaparezca con otro sonido: el del reloj despertador. Que, en mi caso, viene en la forma de un teléfono celular, con alarma programable y capaz de ser postergada por algunos minutos, ya que pasar de un estado a otro (de dormido a despierto) puede resultar violento para algunos de nosotros.


En todos estos años de dormir con música, hay algo que no he logrado saber. No he podido comprobar si, del mismo modo que cambia el ánimo en la vigilia, la música contribuye con la hechura de los sueños. Es algo que se pierde en la oscuridad del túnel.


En un libro titulado, apropiadamente, Música para sueños, el exquisito poeta español José Cereijo se lamenta por todo aquello que producimos al dormir y no queda en la memoria: «Tampoco volverán las caras que esta noche / salgan de los talleres delicados del sueño», dice en su poema El don. Pero, ¿por qué lamentarse? Acaso el verdadero efecto de la música para sueños sea aliviarnos del peso de esa factoría, diluir el poder que lo onírico nos pueda provocar. Quizá la música ayude a que no nos durmamos del todo y una simple alarma alcance para sacarnos de esos edificios mudos que construye el dormir. Quizá la música distraiga a los operarios del sueño y sea mejor así. Porque si ese taller funcionara a toda máquina su silencio (que es la perfección de la música) se parecería demasiado a la muerte como para salir de él, así como así.



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