Pasaje a Nod

La muerte de Abel (Gustave Doré).


por Fernando G. Toledo


gnora por qué sigue sin levantarse, así que lo rodea, cauteloso, sospechando una trampa. Pero no: ahí yace todavía, boca arriba, inmóvil, sus cabellos volcados contra la tierra. Mientras lo mira, oye su propio jadeo, su cansancio. Así que apoya el brazo izquierdo sobre el montículo detrás del cual todo sucedió. En su otra mano, el leño ensangrentado pesa tanto que se le suelta y produce el mismo ruido sordo que hizo Abel al caer. Hace frío, de pronto. Caín no sabe que ha transmitido la muerte. Caín no sabe que esta ha comenzado a esparcirse. Y que persistirá

Comentarios

  1. ¡Muy bueno, Fernando! Me hizo recordar a las miniaturas de Monterroso. Un cordial abrazo. Mariano Shifman

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