«La poesía es lo que nadie pide»

Entrevista en Diario Los Andes




Presentación en primera persona:

«Nací en San Martín. Soy casado, y tengo tres hijos. Escribo mucho: artículos periodísticos, más que nada, pero también poemas y algunos ensayos. Me gustaría leer todo lo que quiero, quizá para presumir. Quiero saber, no creer. Supongo que tenemos el derecho de tener dos deberes: disfrutar de la vida, este breve destello, y ayudar a que otros la disfruten». 

por José Luis Menéndez

–Hace ocho años, cuando tenías 24, publicaste Hotel Alejamiento, tu primer libro de poemas. ¿Cómo ves hoy aquel trabajo?

–Corregible. Un libro titubeante como obra total, pero con algunos poemas en los que ya alcanzo el núcleo de todo lo que he escrito, esto es: la desesperación por pronunciar el silencio. Una tarea que, lejos de ser un gesto irracional, lo cual me repugnaría, tiene un sentido estético.

–Por entonces, José Luis Mangieri decía: «...Toledo estira la mano y toca, aunque él ya sabe que va a doler». ¿Creés seguir con esa dureza?

–Mangieri redujo en pocas palabras lo medular buscado en esos poemas, y quizá de los que vendrían. Mi poesía puede parecer fría, porque intento que no se sobreponga en ella lo visceral, sino que la emoción se confunda con el pensamiento. Incluso aunque parezca dejarme entero en cada verso. Quien lea Diapasón o Secuencia del caos dirá si es así.

–¿Qué es la poesía para vos?

–Eso,  justamente: una pregunta. Pienso, como Eliot, que «sólo por la forma, la norma, / pueden la música o las palabras lograr / la quietud». La poesía es un ejercicio vano, y por eso merece todo el respeto: porque está escrita por un hombre que tarde o temprano va a desparecer para siempre.

–Pensado así, todo ejercicio del hombre sería vano. ¿Dónde está «lo distinto» de la poesía?

–Estimo que la poesía es lo que nadie pide (por ello hablo de «decir el silencio»). Eso la diferencia de otros gestos, que dejan de ser vanos cuando «sirven». Si la poesía simplemente «sirviera», si fuera útil e imprescindible, se convertiría en uno más de los actos que realizamos para sobrevivir. Todo aquel que quiere algo más que «sobrevivir», y permitirse «vivir», tal vez elige el pensamiento, la música, la poesía. Quizá sea todo una apariencia, puesto que difícilmente arribemos a la poesía porque no la necesitamos de alguna manera inevitable. En eso se parece a la libertad, que es, diría Spinoza, «tan sólo la ignorancia de aquello que nos determina».

–¿Cómo te acercaste a ella, qué circunstancias influyeron, qué autores?

Lo primero que escribí como proyecto, en busca de la belleza, fue un poema, que seguramente no arribó a su ansiada orilla. Por jugar lo que parecía un juego hermoso. Pero cuando descubrí la “Antología de la poesía surrealista”, con poetas como Paul Éluard; o cuando saboreé hasta desintegrarlo un poema de Borges (digamos, El cómplice); cuando con Juarroz o Giannuzzi supe que filosofía y lírica podían combinarse; cuando vibré con Gelman o me hundí con Pizarnik; cuando reboté contra los lados del triángulo que componen Montale, Ungaretti y Quasimodo, simplemente quise ser un eco de todos ellos.

–¿Y después qué? ¿Hasta dónde llega esa escritura, puede determinar actitudes de vida?

–Supongo que sí. Esa obcecación por poetizar un pensamiento que estamos acechando y queremos luego dejar salir es muy exigente. Pide silencio, soledad, retraimiento. Nos hace parecer huraños y distraídos, mientras nosotros nos pretendemos luminosos y lúcidos. Sólo si alguien lee lo que hemos escrito y siente que hay algo allí que parezca jamás dicho, podrá justificarnos.

– Fuera de que te gusta la poesía parecés una persona «normal», ¿a qué te dedicas habitualmente?

–Trabajo con la escritura, ya que soy periodista. Con lo cual las posibilidades de ser “normal” están seriamente amenazadas. Pero, en fin, después de trabajar regreso desesperado a estar con mi familia. Leo filosofía, con énfasis en los materialistas. Escucho mucha música, escribo ensayos contra las supersticiones, y divago por internet para completar lecturas y llevar a cabo un blog. Sólo cuando tengo algo para decir que no pueda ser dicho de otro modo, escribo un poema.

–¿Escribís ficción? ¿Crees que la poesía es ficción?

–He escrito poca ficción (narrativa), no porque no la ame, sino por cierta impotencia para saber acompañar pacientemente a mis personajes. Me canso de ellos o no los correspondo como merecerían. Pero sí, considero que la poesía es ficción, o más bien puede serlo. No puede decirse sensatamente que no a menos que uno no haya leído la Odisea o Gilgamesh, incluso tantos poemas que parecen muy íntimos pero que son, claro que sí, bellas mentiras.

–Has ganado este año el premio Vendimia del género. ¿Qué significación real tiene ese premio?

–Para los poetas significa mucho, porque culmina en la publicación de un libro. No sé cuánto más puede pedir un escritor, además de que lo lean. Pero al mismo tiempo el premio está un tanto amputado, por la escasa difusión de los libros que se editan y porque el premio, en dinero, podría ser mayor para que alcance un prestigio acorde con la buena poesía que se escribe, como se ha escrito siempre, en Mendoza.

–Publicaste con Rubén Valle una encantadora hoja de poesía, el Tiburón Amarillo, ¿qué pasó con ella?

–Lo que sucede con las revoluciones solitarias: se transforman en un recuerdo. Publicábamos mensualmente una selección primorosa y seria de poemas diversos, pero la costeábamos con nuestro bolsillo. Cuando el encanto se enfrentó con la economía, triunfó la economía. Rubén siguió por su lado y editó algunos poemas por Internet. Yo, por mi parte, transformé esa experiencia en la editorial Libros de Piedra Infinita, tan modesta (aunque ha puesto 12 títulos en la calle) que espero no se corte con el mismo filo de aquella hoja.

–Gente de tu generación descree mucho de la palabra, cree que la comunicación más importante pasa por la imagen y por el sonido…

–Es síntoma de cierta pereza. Resulta notable la dificultad para expresarse en palabras, escritas o habladas, que se observa actualmente. El peligro es que ello puede tener su reflejo exacto en la tartamudez de pensamiento.

–¿Crees que cada época se da su poesía? ¿Cuál sería «la marca» de la poesía de nuestro tiempo?

–Los poetas llevan el signo de los tiempos y, a veces, dejan su pequeño rasguño en la época. Hoy, la poesía del nuevo milenio me parece está sedienta de la lírica que durante los ’90 parecía una impostura y fue abandonada a cambio de imposturas verdaderas, en donde quienes escribían suponían que redactando una noticia policial y poniéndola en versos poetizaban la realidad. Ese juego ya lo habían jugado, mejor, otros antes (pienso en los mismos Gelman y Giannuzzi). El asunto se agotaba en uno o dos versos o en una monótona levedad. Después sólo quedaba el ruido, pero no la música.


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