«Cruz y ficción»: libro para coincidir, discrepar y, sobre todo, pensar




por Andrés Cáceres (*)

Fernando G. Toledo acaba de publicar Cruz y ficción (edición Libros de piedra infinita, ensayo, colección El Desaguadero. 116 páginas. Tapa: ilustración de M.C. Escher). Tanto el título como la elección del grabado para la tapa dan idea del espíritu perspicaz de este escritor mendocino, que prestigia nuestras letras más allá de la repercusión que pudiera haber a nivel nacional.

Dice en la contratapa: «Me parece que en el juego de palabras del título —que dice, nombra, oculta y, al abrirse vuelve a nombrar— se cifra, tal vez, también un poco este otro juego: el del escritor que vive como un anfibio entre la tierra dura del periodismo y las aguas profundas y celestes de lo ficticio».
No me voy a referir a ese excelente periodista que es Fernando G. Toledo, sino solo a este libro, donde reúne algunos artículos ya publicados en medios de Argentina y España, pero que junto con los inéditos conforman un cuerpo de ajustados conceptos y propios de un escritor que ejercita a diario el músculo de la crítica y la autocrítica.

Esto que pareciera el calmo mar del aburrimiento, en manos de Toledo se convierte en ávido interés por llegar al final de cada artículo y quedarse pensando en cada uno, o con irrefrenable ansiedad, leerlo todo para luego releer.

Un libro que pide relectura es aquel que vertió la significación con la forma más adecuada. Y así, Cruz y ficción, al igual que el anterior que disfruté, La ilusión de un gran final, se leen y releen mientras se va concordando, disintiendo y sobre todo repensando lo que el autor, generosamente nos ofrece.

En el artículo que da nombre al libro, se ocupa, nada más y nada menos, que de Jesús. Estudioso, concienzudo, inteligente, Toledo se provee de una documentación suficiente para responder o, al menos para indagar acerca de la vida, la existencia y la prédica de alguien por quien cambió una era. Yo, Andrés Cáceres, me he preguntado y lo sigo haciendo: ¿por qué los seguidores y las iglesias hicieron de Jesús, prácticamente, su contrafigura? ¿Es posible imaginar a Jesús sentado en el Vaticano? ¿Habría permitido la Inquisición y las atrocidades cometidas en su nombre, durante siglos, por Occidente? ¿Y los siniestros acontecimientos que se siguen produciendo?


Toledo cita a numerosos historiadores y especialistas a fin de llenar ese vacío sobre la vida y la prédica de Jesús, de modo que podamos deslindar los hechos reales y las prédicas originales, de todo aquello que se le adjudica, en respuesta a intereses personales y conveniencias sectoriales.

Esto no atenta contra la fe, que es harina de otro costal. Se trata del aspecto racional, ya que la fe es una creencia y las creencias no se pueden racionalizar. Del frondoso artículo, cito el final: «Un número notable de historiadores creyentes (entre ellos Hans Küng, John D. Crossan J.K. Elliot) además de los irreligiosos, coinciden en rechazar como hecho histórico la crucial hazaña divina de la resurrección. Bajo las evidencias, esto es o bien "una interpretación teológica" o, algo similar y más mundano "cuestión de fe". Sin embargo, detrás de todo, hay algo que resuena de manera lúgubre. Es la voz de Pablo, quien en I Corintios 15:14 advierte: "Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana nuestra fe"».

Otro de los ensayos que más me atrapó es Función de la crítica. Más allá de algunas cuestiones consabidas, Toledo se mete a fondo y se vale, como en todo el libro, de su amplia y profunda erudición. En este caso, trae a colación una crítica a la Novena de Beethoven y que, como viejo melómano, me recontra interesa. «En  marzo de 1825, el respetado crítico William Ayrton publicó una crítica para nada glorificante, cuando la última sinfonía de Beethoven se presentó en Inglaterra. Vale la pena recordarla. Ayrton escribía: "Con todos los méritos que incuestionablemente posee esta obra, es al menos dos veces más extensa de lo que debería. El último movimiento, un coro, es heterogéneo y aunque hay belleza vocal en buena parte de él, no logra ni jamás logrará unirse a los tres anteriores. Desde estas páginas expresamos nuestra esperanza de que esta nueva obra de Beethoven sea sometida a severas modificaciones, que se omitan todas sus repeticiones, que se suprima el coro. Solo así la sinfonía será escuchada con inmenso placer, y la reputación de su autor aumentará", decía al final Ayrton, cometiendo para colmo el error del presagio».

Excelentes las disquisiciones que hace Toledo al respecto, conocedor y amante de la música. A mi criterio, la crítica es como el cuento, la novela, el teatro, la pintura, la escultura, la sinfonía o la poesía, con la diferencia de que su materia son los otros géneros. Esto puede parecer que se erige por sobre todos, como si fuera la que decide sobre el valor estético. 

Ayrton vivió en una época en que la música era una tranquila expansión del ánimo, escuchando a Mozart y Haydn, pero surgió Beethoven, que no se atuvo a las reglas clásicas, inauguró el periodo romántico y puso de relieve las pasiones humanas a través de los sonidos. No quiero justificar a un crítico musical con anteojeras, sino explicar, de alguna forma, que un buen crítico que no indaga el contexto ni tiene una imaginación abierta a lo nuevo, cometerá estos errores históricos.

En una entrevista con el catedrático español Francisco Diez de Revenga le pregunté si hay otra literatura después del boom latinoamericano y dijo que como todo boom terminó y ahora ese lugar lo ocupa la literatura hecha en España, con una promoción de novelistas bastante valiosa. Para desacartonarlo, le conté que Onetti dijo que los críticos son como la muerte, a veces demoran, pero siempre llegan. Contestó que era una frase ingeniosa de Onetti, propia de él. 

Quise saber si abordaba la crítica desde algún punto de vista determinado, del estructuralismo, la semiótica o el psicoanálisis, y dijo que no es partidario de un dogmatismo crítico y «es más, creo que esos son los sarampiones de la crítica».

Materia compleja, si la hay. Hubo un momento, hace algunos años y esto se va acentuando, en que se quiso prescindir de la crítica. La de teatro ya casi no existe y al respecto, le pueden preguntar a Fausto Alfonso. También, se llegó al colmo del cinismo diciendo que todos somos artistas. Y claro, de ser así, para qué sirve la crítica. Si leemos el libro de Toledo, coincidiremos en que la crítica es un género maravilloso como los otros, o, según para quien, no sirve para nada, como la poesía o toda la literatura.

Comentarios

Entradas populares